María José Navarro
Yo, Leonor
Bueno, pues hemos aumentado la familia. Una felicidad sin fin es esto de las monarquías, que no pueden permitirse dejar de parir ni evitar que seamos todos parientes, ea. El tito Alberto, tan majete el, y la tita nadadora han tenido nene y nena. Yo, la verdad, es que ya he perdido la cuenta. Cuántos hijos habrá en el mundo con ese gen calvorota y redondo. Y mira que tiraba un poco a amante de los bolsos, qué vuelco ha pegao, qué barbaridad. Que sepamos, tenemos una prima ya crecida de veintidós. Por lo visto el tito le pidió de más a una camarera que era generosa de comanda. Y luego, un primo negrito monísimo que no tiene pelo que tocar en esa cosa que es Mónaco. Le he preguntado a mi padre cómo es Mónaco. «Cariño, el principado es pequeño, con un montón de casinos y algo ostentoso. Pero los alrededores son preciosos». Y de pronto he pensado en ese señor que hizo un programa con unas chatis en una bañera y que me contaron que se llamaba Gil. Que por cierto, y ya que hablamos de cosas pasadas, lo del cuadrito de la familia es de traca. No me extraña que el pintor haya tardado tantos años en acabarlo. La mitad debe de haberlos pasado con la cabeza metida en un cubo. Qué cadera tiene la tita Elena, qué zona ecuatorial, qué trópico de Capricornio, válgame san válgame. ¿Y mi padre? Con esa cara de estar aún loco por las suecas. Y la tita Cris, tan modosa, tan inocente, quién nos iba a decir la campanada tan gorda que iba a pegar. Me voy, que empieza Mariló.
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