Tribuna

Como en casa en ningún sitio

En uno de nuestros siglos más convulsos, logramos situarnos a la vanguardia del desarrollo político mundial, sin importar la ideología de la que hablemos

Yoel Meilán
Como en casa en ningún sitio
Como en casa en ningún sitioRaúl

España, por suerte o desgracia, es un país de fuertes contrastes: decadencia y gloria, hambre y riqueza, grandes derrotas y victorias tal vez mayores. Nada refleja mejor esta idea que nuestro siglo XIX y principios del XX, una de las épocas que muchos consideran, no sin razón, como una de las más oscuras de nuestra historia. Durante este período, España vivió una sucesión constante de cambios de régimen y golpes de Estado, mientras que el vasto Imperio nacido en 1492 se desmoronaba, reduciéndose a unas pocas islas y territorios continentales.

No obstante, al examinar la historia –como tantos otros asuntos– no es recomendable centrarse solo en lo trágico. Aunque lo dramático puede resultar atractivo, rara vez ofrece una visión completa y precisa. Se suele decir que los tiempos difíciles crean hombres fuertes, y aunque esta frase, más cercana a la ciencia ficción que a la historiografía, no deja de tener un fondo de verdad, especialmente si miramos el desarrollo de España en ese periodo.

Mientras las instituciones se derrumbaban y se reconstruían y el humo de mosquetes plagaba las calles de nuestro país, las corrientes políticas encontraron terreno fértil en nuestro país. El liberalismo, por ejemplo, floreció y se consolidó en las Cortes, donde en 1812 se redactó la Constitución de Cádiz, que muchos consideran el primer documento plenamente liberal de su clase.

A pesar de que en 1814 Fernando VII anulara el proyecto constitucional, su influencia perduró, siendo clave para dar forma a las particularidades del liberalismo español. Además, reforzó la idea de la Hispanidad, que se consolidaría plenamente alrededor de 1920. Esta visión no se limitaba a los habitantes de un territorio específico, sino que abarcaba a todos aquellos que compartían lo que, bajo esta concepción, significaba ser «español»; una cultura y una historia compartida.

Curiosamente, la influencia de la Constitución de Cádiz no se detuvo en las fronteras españolas. En Francia, entonces enemiga de España, el texto fue tomado como una referencia política. Tanto es así que, tras la caída de Napoleón, numerosos liberales franceses adoptaron la Constitución gaditana como un ejemplo a seguir. Aunque algunos, como Lasteyrie, acertaron al señalar que «la historia y las circunstancias» no la recordarían de forma justa.

Sin embargo, ni siquiera los conservadores lograron preservar su merecido lugar en la historia mundial. Figuras como Balmes, Menéndez-Pelayo o Donoso Cortés, pensadores de enorme talla, han sido injustamente relegados al olvido, eclipsados por las guerras y conflictos sociales de su tiempo. Incluso el revolucionario Donoso Cortés, cuya obra sobre teología política influiría de manera decisiva al renombrado jurista alemán Carl Schmitt, ha caído casi en el anonimato, salvo entre algunos politólogos que aún reconocen su relevancia. Es un fenómeno trágico, aunque no inusual, que este filósofo extremeño sea más recordado en Berlín que en su propia tierra.

Tampoco podemos dejar de lado a lo que hoy llamamos izquierdas: socialistas, comunistas y anarquistas. España fue un imán para figuras influyentes como Paul Lafargue, el controvertido yerno de Karl Marx, quien emigró de Francia a España en 1872. Lafargue ayudó a fundar el PSOE y la UGT, dejando una marca profunda en el desarrollo del socialismo en toda Europa.

No obstante, en este lado de la barrera se encuentra la guinda del pastel: el anarquismo, especialmente en su vertiente sindicalista, que encontró en España no solo su mayor desarrollo, sino su mayor éxito a nivel mundial. A pesar de ello, el resultado fue similar al de otras corrientes: pensadores como Ricardo Mella, Fernando Tarrida del Mármol o Fermín Salvochea han quedado relegados al olvido, sepultados entre atentados anarquistas y huelgas generales. Sin embargo, su influencia fue tan grande que, en 1931, durante el III Congreso de la CNT, más de 800.000 personas estaban afiliadas, una cifra inaudita para cualquier otro movimiento político de la época, incluso fuera de nuestras fronteras. Tal era su relevancia que el anarquismo español fue tomado como ejemplo por anarquistas italianos, argentinos y de prácticamente todo el mundo.

Este breve repaso nos muestra que España, como afirmábamos al inicio, es una tierra de contrastes. En uno de nuestros siglos más convulsos, logramos situarnos a la vanguardia del desarrollo político mundial, sin importar la ideología de la que hablemos. Puede que los tiempos difíciles creen hombres fuertes; lo que parece claro, en este caso, es que los tiempos difíciles crean españoles brillantes.

Que los tiempos convulsos y problemáticos no nos hagan olvidarnos de nuestra propia historia y, sobre todo, de aquellas grandes figuras que, pudiendo estar o no de acuerdo con ellas, marcaron el mundo a su paso. Al final, como en casa en ningún sitio.

Yoel Meilánes politólogo y periodista.