El bisturí
El control social, siguiente paso del manual populista
Si nada lo remedia, por ejemplo, la Sanidad lo sabrá todo de los enfermos, no sólo sus dolencias o tratamientos, sino también lo que ganan y sus tendencias sexuales
Inasequible al desaliento y tenaz en su objetivo, el PSOE –partido que de su historia ya solo conserva las siglas– aprovecha de forma inteligente el ruido ensordecedor que provocan el debate de la amnistía y las concesiones a los independentistas de Junts para ejecutar una a una, sigilosamente, las reglas de oro del manual de todo Gobierno populista. Aunque varían de una época a otra, los pasos a seguir que marca este compendio no escrito de actuaciones políticas han sido perfeccionados hasta el extremo en Venezuela por Nicolás Maduro, el dictador que tanta admiración despierta en la vicepresidenta Yolanda Díaz, quien no contenta con liquidar a Podemos, codicia ahora la silla en la que se sienta Pedro Sánchez.
A Maduro y a su manual miran tanto ella como el presidente en su carrera a largo plazo por perpetuarse en el poder, la verdadera meta a conseguir por los dos. Ya se ha hablado aquí de que las tres primeras acciones para acaramelar a los ciudadanos y alcanzarla son disparar la deuda, regar de dádivas a grupos potencialmente afines pese a ensombrecer con ello el futuro de todos los ciudadanos y engordar el Estado mediante la encomienda de funciones y la incorporación de empleados públicos. Mientras los analistas se enredan en debates públicos sobre la lawfare, los ocupantes de La Moncloa consolidan estos pasos, extienden sus tentáculos por la sociedad y marcan el nuevo territorio a conquistar. Dada la división en la derecha, les será suficiente con lograr pequeños avances demoscópicos para perpetuarse. La aplicación al pie de la letra del manual populista manda ahora como próximas etapas extender las prohibiciones para reducir la cota de autonomía y libertad de los individuos, recurrir a enemigos externos y etéreos hacia los que poder desviar la atención, inocular entre la población fuertes dosis de anestesia y de dependencia hacia el Estado como benefactor y agitar la calle para mantener movilizadas a las masas fieles.
En este contexto hay que enmarcar los vetos que llevan aparejadas leyes de calado supuestamente social pero muy ideológicas en su diseño e implementación. Las multas por sacar a pasear sueltos a los perros o la prohibición que se cierne de fumar en las terrazas y, posiblemente, hasta en el interior de los vehículos tienen, por ejemplo, en este contexto más objetivos de control social que de verdadera preocupación por la salud pública, porque si realmente interesara que la población abandonara el tabaco se generalizarían sin cortapisas las terapias para dejar el hábito y se elevarían los precios. Como a Hacienda no le viene bien que desciendan mucho el consumo y la recaudación, ni que se eleve el gasto público por esta vía, no se hace. En la creación de enemigos externos el recurso es fácil, pese a no existir un enemigo yanqui como el que pasea Maduro en Venezuela: basta con aludir al fascismo y a la ultraderecha, a Trump, Meloni y ahora a Milei.
El aumento del control social puede lograrse también por otras vías, pero sobre todo pasa por disponer de la información necesaria. Si nada lo remedia, por ejemplo, la Sanidad lo sabrá todo de los enfermos, no sólo sus dolencias o tratamientos, sino también lo que ganan y sus tendencias sexuales. El proyecto del Gobierno que lo permitiría ya está en marcha. Y lo de la agitación de la calle ya es un clásico. En breve volverán las manifestaciones antiprivatizadoras o medioambientales. Siempre contra territorios del PP, claro.
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