Aquí estamos de paso

De cristal precisamente, no

En el París de mayo del 68 la playa estaba bajo los adoquines, hoy se diseña con inteligencia artificial en ordenadores manejados a menudo por chicas y chicos de la generación Z

Me propongo contemplar desde cierta distancia el bullir que ya se intuye de un año a punto de comenzar y los perfiles que atisbo en el horizonte son los del quehacer y los propósitos de la mal llamada generación de cristal. Programas de televisión que triunfan inesperadamente, contenidos digitales que sobrepasan de largo las audiencias de grandes programas convencionales de la radio y de la tele, expresiones masivas y públicas de compromiso medioambiental y social, autenticidad en nuevas formas de relación y desprecio a las convenciones y normas de lo políticamente correcto. Tras todas y cada una de esas manifestaciones están los jóvenes de esa llamada generación Z que creció en los comienzos de la era digital y abrió los ojos al mundo durante la pandemia. Su hiperconexión no les priva de soledades y frustración y son conscientes de que el mundo en el que empiezan a desenvolverse es peor que el que vivieron los catalogados como X o Y, las generaciones anteriores. Viven en crisis permanente y se han cansado de no tener horizonte. Lo queramos o no, seamos o no capaces de verlo, están empezando a organizar su propio sistema. Y es, como ellos, digitalizado y global. Quizá por eso se hacen cada vez más visibles allá donde pueden expresarse y exigir, pero también proponer, crear y aportar. Porque lo están haciendo, y mucho. Desconectan de un sistema que les deja sin futuro, que les priva del derecho y la libertad de poder acceder a una vivienda, que les ofrece trabajos precarios y condiciones de vida cada vez peor. Y encima les llama generación de cristal, como si fueran flojitos de ánimo y naturaleza, cuando lo son de oportunidades, y les echa en cara su distancia de lo que sus mayores llamamos cultura del esfuerzo, porque parecen no querer hacer otra cosa que pasarse horas ante el móvil o el ordenador. Y estamos errando, creo yo, en esa mirada. Porque en realidad es desde ahí donde están empezando a hacer la revolución. En el París de mayo del 68 la playa estaba bajo los adoquines, hoy se diseña con inteligencia artificial en ordenadores manejados a menudo por chicas y chicos de la generación Z.

El impulso de su rebeldía silenciosa cambia ya modas y afecta a la comunicación, la moda, la gastronomía o el diseño. La economía empieza a nutrir su crecimiento del dinero que generan sus contenidos en redes o la forma en que influyen en el consumo.

Si seguimos viéndoles como chavalillos y chicas de cristal, apegados a la vida fácil y la subvención, que protestan porque se aburren y que carecen de conciencia social, cuando son real y exactamente lo contrario, estaremos perdiendo las oportunidades de desarrollo conjunto y beneficios comunes que ya estamos dejando escapar con nuestra ceguera ante lo que está pasando y se nos viene encima.

Han nacido en tiempos de cambio constante y cabalgan en él con mucha más soltura y determinación de lo que lo hacemos los que creímos alguna vez poder cambiar el mundo. Lo están haciendo a su manera y para ellos. En muchos casos con un talento que no somos capaces de apreciar.

Si no le damos la vuelta al plato y tendemos la mano para hacerlo juntos, llegará un día, acaso no muy lejano, en que los marginados, los de cristal, los cansados ya del esfuerzo, seremos todos los demás.

Feliz año nuevo.