El ambigú
La cultura woke y el fanatismo
Es necesario volver a una cultura donde el desacuerdo no sea sinónimo de enemistad, y donde se fomente la tolerancia hacia una diversidad de opiniones
¿Qué tienen en común expresiones tales como: «El capitalismo es incompatible con la vida», «portavoces y portavozas», «todas las mujeres deben ser creídas», «todos los hombres son violadores en potencia»; pues que pertenecen a una serie de declaraciones de políticos de izquierdas de los últimos años que pueden considerarse excesos vinculados a la cultura woke, priorizando un discurso progresista divisivo o polarizante, así como dogmático, amén de desacertado. Pretextando promover la igualdad, la justicia social y la sostenibilidad, la retórica empleada y las políticas implementadas a menudo han generado profundas divisiones, en lugar de un consenso social.
En los últimos años, la cultura woke y la práctica de la cancelación han ganado un terreno considerable en el discurso público, no solo en países anglosajones, sino también en España. Lo que comenzó como un movimiento legítimo para denunciar las desigualdades y exigir justicia social, ha evolucionado en muchos casos hacia un extremo que amenaza con socavar los mismos principios de igualdad y tolerancia que originalmente defendía. Inicialmente supuso un avance en la lucha contra el racismo, el machismo y otras formas de discriminación, sin embargo, en su encarnación más reciente, ha derivado en una rigidez ideológica que promueve una censura de ideas y opiniones que no se alinean completamente con ciertos postulados. Esta rigidez ha dado lugar a la cultura de la cancelación, donde figuras públicas, empresas o personas comunes son sometidas al ostracismo social o profesional por haber emitido opiniones consideradas ofensivas o políticamente incorrectas.
El problema fundamental de la cultura woke y la cancelación es que, al centrarse en la censura y el castigo, se alejan de los ideales de igualdad y respeto que originalmente impulsaban estos movimientos. En lugar de promover un diálogo constructivo, se impone una ortodoxia rígida que no tolera la disidencia. Esto no solo es peligroso para la libertad de expresión, sino que también puede llevar a una polarización social aún mayor. Además, estas prácticas corren el riesgo de trivializar y banalizar las verdaderas luchas contra la discriminación. Cuando todo comentario o postura se convierte en motivo de cancelación, se diluye la gravedad de los actos verdaderamente discriminatorios o injustos. Esto puede generar una fatiga social, donde la gente se insensibiliza ante las denuncias legítimas porque han sido expuestas a un exceso de escándalos menores. Resulta fundamental que España recupere un sentido de moderación y respeto en el discurso público.
La lucha por la igualdad y la justicia social es vital, pero debe llevarse a cabo con un enfoque equilibrado que promueva el diálogo en lugar de la censura. Es necesario volver a una cultura donde el desacuerdo no sea sinónimo de enemistad, y donde se fomente la tolerancia hacia una diversidad de opiniones. El respeto a la igualdad y la promoción de esta no significa imponer una única forma de pensar, sino reconocer y valorar las diferencias mientras se trabaja por un objetivo común. La tolerancia, en su verdadera esencia, implica la capacidad de convivir con ideas y personas que no siempre comparten nuestros puntos de vista, sin recurrir a la censura o al ostracismo. La cultura woke y la cancelación, en su forma más extrema, representan una amenaza para los valores democráticos de libertad de expresión y pluralismo. En España se debería evitar caer en los excesos de estos movimientos, y en su lugar, buscar un equilibrio que permita la crítica y el avance social sin sacrificar los principios de respeto y tolerancia que son fundamentales para una sociedad verdaderamente justa e igualitaria. Solo así podremos avanzar hacia una convivencia donde todas las voces, incluso las discordantes, tengan un lugar en la conversación pública ¡Combatamos la intolerancia y el fanatismo!
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