
Editorial
Demasiadas cumbres para tan pobres avances
Fuera de la retórica y los golpes de pecho impostados, estamos lejos de esa Europa responsable, firme y cohesionada que nunca llega y que la encrucijada exige
Habrá que convenir que desde que el mundo entró en una fase de cuasi zafarrancho de combate con el torbellino Trump y su tempestad desde Washington, alentando a Moscú, y enredando con Pekín, nada nos ha hecho creer que el día de mañana pueda ser mejor que el de hoy. En el más optimista de los supuestos la secuencia nos aboca a un estancamiento. Los hechos son tozudos en los campos de batalla reales y en los virtuales, entre el estruendo de los obuses y el ruido taimado de la diplomacia. El conflicto, la guerra continuada por cualquier medio al alcance de las cancillerías. También el económico. Trump está decidido a hacer de los países aliados, pero también de Estados Unidos, lugares más inhóspitos. Ha anunciado aranceles del 25% para «todos» los coches no fabricados en EEUU como si la estrategia de la cachiporra fiscal fuera a ser inocua para los norteamericanos. No existe referencia empírica que lo pueda sostener. En esa contienda sin sentido también perderemos todos, incluso el propio inquilino de la Casa Blanca. De momento, también aquí, el Gobierno anda sobrepasado y sin la mínima capacidad de previsión y contingencia sobre el futuro de la automoción española, referente en el continente y clave para la economía nacional. Europa responderá en consecuencia a Washington, pero es urgente ir más allá mediante un plan específico de respaldo al sector que consolide su competitividad en el nuevo contexto y al que, como es norma, Moncloa llegará tarde. En el frente ucraniano, Europa sigue pugnando por hacerse oír en la futura resolución del conflicto, superar el trauma del plante de la primera democracia del mundo y encarar el nuevo paradigma de la seguridad y la defensa en solitario. Como siempre el viejo continente adolece de desunión y anquilosamiento institucional en la toma de decisiones. Contamos más cumbres de jefes de gobierno que compromisos ciertos y verificables sobre el futuro de Kiev, pero también acerca de lo que nos aguarda a los europeos. Ayer, Macron convocó otro cónclave y, más allá de los fervorosos discursos, los desencuentros finales nos recordaron al gigante con los pies de barro que no acaba de fraguar. El británico Starmer habló de que «Europa se moviliza a una escala no vista en décadas» y el polaco Tusk, que se ha perdido toda esperanza con Rusia, mientras Macron reconoció que no había unanimidad sobre la fuerza de paz que París y Londres quieren a desplegar sobre el terreno, admitiendo que unos países «carecen de la capacidad» y otros no tienen consenso político interno. Fuera de la retórica y los golpes de pecho impostados, estamos lejos de esa Europa responsable, firme y cohesionada que nunca llega y que la encrucijada exige. Sánchez es el paradigma de esa historia frustrada. Ni menciona la palabra rearme para no molestar a sus socios de gobierno que claman contra la OTAN.
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