Tribuna
¿Descenso de la demanda de la clase de religión?
La escuela del siglo XXI ha de asumir con toda decisión las dimensiones propias del proceso formativo.
Casi está finalizando un curso escolar y ya se está preparando lo necesario para otro nuevo. Hay una cosa clara y es que la escuela no puede renunciar a su naturaleza de ser una institución de la sociedad para la formación integral del hombre que requiere transmisión y asimilación sistemática y crítica del universo cultural, esto es: hechos, saberes, valores, sentido de la vida humana, posibilidades éticas, formas de interpretación creadora de la realidad, esperanzas, capacidades de autoidentificación, de discernimiento, de distanciamiento crítico respecto a lo dado y establecido, y esto dentro de una sociedad en la que más que productos necesitamos fuerzas de lo interior, libertad creadora, impulsos esperanzados hacia el futuro, confianza para obrar y sobre todo, para ser. El objetivo irrenunciable de la institución escolar –formar al hombre desde dentro, liberarlo de todo lo que le impide vivir como persona– lleva consigo su efectiva referencia a una determinada visión del hombre y a su sentido último para afirmarlo, negarlo o prescindir de él, en definitiva, a una antropología verdadera. En este orden de cosas, es preciso reconocer el valor humanizador, integrador y de convivencia de lo religioso, la apertura a la trascendencia, mejor, a Dios, para una existencia humana que quiera abrirse a la realidad total del mundo y no cegar ninguna de las expectativas del espíritu humano.
La escuela del siglo XXI ha de asumir con toda decisión las dimensiones propias del proceso formativo. Es decir, las tareas de instrucción, formación y educación propias de la escuela, y responder con estas tareas a las preguntas por: a) qué son las cosas que son y cómo funcionan y, así, situar al educando ante la realidad objetiva, ante la verdad del mundo objetivo, en el que ha de vivir y ante el que ha de situarse; b) cuáles son los valores, creencias, hechos históricos, normas de comportamiento,…, que, legados de una tradición, configuran la vida de un pueblo, en el que el educando ha de situarse y realizar su existencia junto con los otros; y c)qué sentido tiene todo, la totalidad de lo real, mi vida personal, cuál es mi origen y mi destino, qué sentido tiene la vida y la muerte, y así poder realizarme, como uno mismo con mi identidad propia original e intransferible. Sólo cuando se responde a ese triple plano de preguntas con las tres tareas asignadas a la escuelas con verdad y la verdad, la escuela está cumpliendo su cometido en colaboración con los padres; de otra parte se caminará sin rumbo.
La educación, la escuela, centrada en la persona y en orden a la realización de la persona es la clave de cara al futuro en la educación en el siglo XXI. Y la institución escolar no debiera prescindir ni dificultar la enseñanza de la religión, siempre confesional, en la escuela, tanto la escuela de iniciativa estatal como la escuela de iniciativa social, mal denominadas públicas y privadas. Habría que preguntarse por qué el descenso anual, y lleva ya bastantes años este descenso, de alumnos de la enseñanza de la religión, que por su propia naturaleza, habría de ser opcional ofrecida a todos. ¿Fallos en el sistema educativo? Es posible. Pero, ¿no serán fallos en la demanda o en las instituciones religiosas? También es posible. En todo caso habrá que educar las demandas y evitar descuidos que pueden ser graves para el futuro.
Antonio Cañizares Lloveraes cardenal y arzobispo emérito de Valencia.
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