Tribuna

Es la desigualdad, estúpido

La brecha entre ricos y pobres se agiganta a nivel mundial, tanto a nivel de países como de individuos. Incluso en España

Es la desigualdad, estúpido
Es la desigualdad, estúpidoRaúl

Las personas con buena memoria evocarán el slogan de la campaña de Bill Clinton en las elecciones de 1992: «Es la economía, estúpido». Esta frase se hizo «viral», y contribuyó significativamente en su victoria sobre el aparentemente invencible presidente Bush (padre). La campaña inició un proceso en el que el cambio de lenguaje y la corrección política han evolucionado hasta convertirse en un proyecto de dictadura cultural.

Desde 1992 hasta 2024 los demócratas han dominado el escenario político norteamericano. De hecho, se han impuesto en cinco de ocho elecciones presidenciales, gobernando en 20 de los 32 años del periodo. No puede negarse que han contribuido decisivamente al hartazgo y la crispación que experimenta la sociedad norteamericana. Ni tampoco su responsabilidad en el deterioro de la calidad de vida de esta primera potencia mundial.

Su pretendida posición de grandes promotores de los derechos humanos y su teórica preocupación por los débiles ha resultado ser un gigantesco fraude. Eso sí, extraordinariamente vendido por un poderosísimo elenco de medios de comunicación a nivel mundial, financiado en gran parte por el contribuyente estadounidense.

La realidad, la terca realidad, es que el periodo demócrata no ha mejorado el entorno socioeconómico norteamericano. Y uno de los aspectos que lo demuestran, según prestigiosos analistas, es el problema de la desigualdad. Aunque es difícil que el lector medio español lo acepte, estamos ante un hecho, no ante una opinión: Con los gobiernos demócratas la desigualdad se ha incrementado.

Conviene demostrarlo antes de seguir adelante. Existe un dato objetivo: el índice GINI. Mide la desigualdad atendiendo a diversos parámetros, no solo el reparto de la renta, sino otros como el acceso a la sanidad y a la educación. Resumiendo mucho: el índice puede tener un valor de 0 a 100. El 0 significa una equidad perfecta mientras que el 100 significa una desigualdad absoluta. Más o menos que toda la riqueza estuviese en unas solas manos. Es un índice muy prestigioso elaborado por el Banco Mundial.

Prácticamente todas las naciones desarrolladas tiene un índice GINI situado entre el 25 y el 35. El índice de la UE se sitúa en un valor de 29,6, entre los mejores del mundo. España tiene un poco envidiable 33,9, con una tendencia al incremento durante los últimos años. Las NNUU consideran el índice 40 el umbral de la desigualdad inaceptable. Pues bien, el índice de los EEUU ha alcanzado el elevado valor de 41,3 durante el mandato de Biden. Conociendo que cuando Clinton fue elegido en 1992 era de 38,4 podemos extraer rápidas conclusiones. Los demócratas no han reducido la inequidad. Han contribuido a elevarla hasta niveles inaceptables.

Estamos ante la mayor economía del mundo en términos de PIB, la más productiva y la más avanzada tecnológicamente. Tiene una sociedad dinámica, creativa y llena de atractivos.Y sin embargo algo falla. Algo está contribuyendo a causar el desasosiego y la creciente crispación que se respiran. Probablemente en ese «algo» tiene bastante que ver la desigualdad.

Hay muchos datos que evidencian esa creciente concentración de la riqueza. Por ejemplo, el porcentaje de la renta nacional que recibe el 1 % de los más ricos, ha crecido desde el 12% de los años 90 al 25% en la actualidad. Además se concentra en los segmentos más altos. De hecho, el 0,1 % más rico ha crecido proporcionalmente más que ese 1% privilegiado. En la cúspide, tres personas (Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk) concentran más riqueza que los 130 millones de norteamericanos más pobres.

La proporción de milmillonarios duplica el de las dos grandes naciones que le siguen al respecto, Alemania y Canadá. Los ingresos medios de un alto ejecutivo son de media varios cientos de veces superiores a los del trabajador medio de la misma empresa. En resumen, a los ricos norteamericanos les va estupendamente. Mientras tanto la situación económica de los pobres es mucho peor que la de otros estados democráticos avanzados.

Otros factores críticos son la disminución de la movilidad social, de la que tan orgullosos se sentían los norteamericanos, y las dificultades para votar que tienen muchos ciudadanos pobres por el discriminatorio sistema electoral que padecen.

Un influyente intelectual americano, Jarred Diamond, ha escrito: «no hay duda de que (la desigualdad) supone un grave problema moral. ¿No sería ya el propio problema moral una razón suficiente para preocuparse por la desigualdad? Pero la cruel realidad es que a la gente no solo le motivan las consideraciones morales sino también el interés propio». Estados Unidos no es un caso aislado. La desigualdad va creciendo por doquier. La brecha entre ricos y pobres se agiganta a nivel mundial, tanto a nivel de países como de individuos. Incluso en España.

Ese crecimiento no va a favorecer que se reduzca la crispación ni que mejore la estabilidad de nuestro mundo. La emigración descontrolada, la marginación, los problemas mentales y la violencia afirmarán su amenazante presencia. Solo intervenciones realistas y razonables, que prescindan de ideologías alucinadas, pueden corregir ese rumbo. Han escaseado durante los mandatos demócratas, cómplices de esas ideologías. Solo conseguirán ser eficaces si incorporan el respecto a la base moral de la condición humana que se encuentra en el núcleo cristiano de la civilización occidental.

Antonio Flores Lorenzoes ingeniero agrónomo, historiador y antiguo representante de España en la FAO.