Cuartel emocional

El chip y la oveja

El eficaz gobierno que tenemos planea primar a los profesores que impartan matemáticas “socioafectivas”. Dígaseme, por favor, en qué consiste semejante memez

Mientras apunto cosas generalmente intrascendentes en la hoja de este febrero que acabamos de inaugurar, pienso en la oveja Dolly, aquella clonación que tantas divagaciones éticas y morales desató y que creímos que nunca iba a tener un final feliz y una utilidad concisa, pero sin dudar ha sido un logro de la ciencia y no podemos dejar de valorarlo como tal. El chip de Elon Musk, un tipo que me cae mal, por cierto, es un negocio –el potentado sudafricano no mueve un dedo o no suelta un dólar si no ve lucro-, que puede tener una utilidad positiva, quiero decir si, por ejemplo, permite movilidad a quien no la tiene, vista a quien no ve u oído al que no oye. Hasta ahí, vamos bien. Pero no me interesa nada llevar el ordenador implantando en la cabeza porque los pocos conocimientos que tengo no quiero que me los proporcione un chisme que me han incrustado en mi modesto cerebro, que, mal que bien, para algo me ha servido en mi ya no corta vida. Pocas cosas merecen la pena en nuestra existencia salvo las sabidurías que vamos adquiriendo y las gentes que nos vamos tropezando, me refiero a quienes se convierten en esenciales para siempre. Sé bien que muchos prefieren que les den las cosas hechas, pero currárselas y saber lo que supone el sacrificio de conseguirlas tiene un aquel que a mí, francamente, me pone. Debe ser que no me ha quedado más remedio que avanzar sin el empuje de nadie. Pero ahora, por ejemplo, el eficaz gobierno que tenemos planea primar a los profesores que impartan matemáticas “socioafectivas”. Dígaseme, por favor, en qué consiste semejante memez, porque yo solo conozco las de dos y dos son cuatro, y si no lo entiendes, bofetada que te quite toda la tontería que sobra. Ando yo muy crispada con la estupidez humana porque no veo otra cosa en el entorno. Será una epidemia, como la gripe que me tumbó este invierno solo que, en vez de paracetamol, la tengo que combatir con bromazepan para aliviar mi tensión psíquica y mi ansiedad. Dios salve a los químicos y a los farmacéuticos que expenden soluciones para colocar los ánimos. Juana la loca –no confundir con Juana de Arco, como Yolanda Díaz-, no hubiera acabado encerrada en Tordesillas con una pastilla al día que le templara su desquiciamiento y su locura de amor.

Me consuela mucho también la flaccidez que se está produciendo en el cutis de Sánchez. Será que no tiene tiempo de ir a pincharse donde su amigo, el famoso dermatólogo, y el rostro se le cae por momentos. No creo que sea por vergüenza, algo de lo que carece, todo es la falta de retoque de bótox. Las conversaciones con Puigdemont no le dejan un minuto para nada, ni siquiera aunque el bueno de Cerdán anda todo el rato con el móvil en la mano.

Al que se le sigue cayendo el personal es a Podemos. Es tradición que las ratas abandonen el barco antes de que se hunda, y, en este caso, ha sido Jaume Asens el que ha salido disparado a pesar de haber sido fundador y dirigente del partido. Querido Pablo Iglesias, la vida es así, no la he inventado yo.

CODA. Anoche tuve una celebración de cumpleaños de una buena y generosa amiga. El grandísimo Ricardo Sanz nos ofreció un menú tan bueno como variado y hasta estético. El arte de tener la mejor materia prima lo combina con una elaboración minimalista y exquisita. Nos dio un magnífico vino también, como los que gasta el pequeño Albares en el ministerio. No se anda con bobadas el muchacho. El listado de hasta 125 vinos distintos lo encabeza el que ha sido denominado el mejor vino del mundo por varios años consecutivos: Castillo de Ygay de 2011, de mi amigo Vicente Cebrián, Conde de Creixell. El presupuesto de catering es de unos 700.000 euros. Me pregunto quiénes son los afortunados en sentarse a la mesa del Palacio de Santa Cruz, sede del ministerio.