Letras líquidas

Diecisiete maneras de sentirse (más) solo

La organización autonómica, con su enredo burocrático, vuelve a ser objeto de controversia

La desolación del vecino que mira lo que fue su casa, su calle, su ciudad; el miedo de sentir que por pocos minutos el agua no te arrolló antes de subir a casa un martes cualquiera; la incertidumbre de esperar la llamada de un hijo, de una madre o de un amigo del que no se sabe nada y al que no hay forma de localizar; la angustia de ver desaparecer recuerdos de una vida o expectativas de negocios; el dolor volcado en un mensaje de despedida cuando todo se daba por perdido o el desgarro al conocer que un ser querido forma parte de la lista de fallecidos. La «indignación del barro», la rabia, la frustración. El consuelo de la solidaridad de los voluntarios. O la dignidad y el decoro de los Reyes a pie de devastación. Las emociones se suceden, se agolpan, incluso con riesgo de colapso, en la tragedia que atraviesa a Valencia. Sensaciones y sentimientos que todos compartimos, imposible abstraerse del horror.

Y convirtiéndolo en propio, por identificación y humanidad, también muchos hemos tenido la impresión de regresar a un lugar ya visitado. Que, aunque cada fatalidad es única e irrepetible en su propia interpretación de la desgracia, algo de ésta resulta cruelmente conocido, como un perverso «déjà vu». Y, en esa revisión automática de lo pasado, he recordado un análisis que escribí en estas mismas páginas, publicado en octubre de 2020, «Diecisiete maneras de sentirse solo», que nos retrotrae a tiempos de pandemia y cogobernanzas frustradas. Entonces, y con el permiso de Richard Yates para versionar su título, descubrimos que la gestión compartida se quedó solo en un nombre y que la coordinación entre administraciones, lo que de verdad se requiere cuando la realidad escapa de los cauces de lo cotidiano, se pierde en vacuos ejercicios de desencaje organizativo. Cuatro años después, y ante una de las mayores catástrofes del sigo XXI, sin determinar aún la dimensión de las pérdidas humanas y materiales, revivimos aquel asombro ciudadano ante la confusión en el reparto de competencias.

La organización autonómica, con su enredo burocrático, vuelve a ser objeto de controversia sin que quede muy claro si es el origen del desastre o la coartada perfecta de la deslealtad institucional para eludir responsabilidades y armar maquinaciones y argumentarios partidistas. Ideología (de la mala) chapoteando en el caos. La percepción de que han fallado la prevención, la coordinación y la capacidad de respuesta se impone en la opinión pública. Y, ante esos gobiernos ausentes, a los ciudadanos únicamente les queda preguntarse cuándo, por fin, dejarán de sentirse tan solos.