Tribuna
Diez años del pontificado del Papa Francisco
Bien podemos ver en él hoy, el Papa de la «misericordia y la fraternidad»
El próximo lunes, el día 13 de este mes de marzo se cumple el décimo aniversario de la elección del Papa Francisco. Creo que el nuevo Papa al elegir el nombre de «Francisco de Asís», estaba ofreciendo signos de lo que iba a ser o podría ser su pontificado. Se podría prever que tendría en cuenta el recién elegido la visión de san Francisco, entre otras cosas, de la iglesia de san Damián como signo y horizonte o llamada, a la Iglesia y al mundo a su renovación y reconstrucción tan necesarias siempre: necesitamos de un nuevo Francisco de Asís que introduzca el frescor de la vida evangélica y el seguimiento de Jesús como únicamente se le puede seguir para la renovación: negándose a sí mismo –es decir superando toda autoreferencialidad– y con las bienaventuranzas; necesitamos una Iglesia que tenga a solo Dios misericordioso, horizonte único, Dios revelado en Jesucristo como centro y base de la Iglesia, del hombre, del mundo, de las mismas bienaventuranzas, y desde ahí vaya a los pobres, a las periferias existenciales, sea pobre y esté con los pobres y con esas periferias, trabaje por la paz, esté con los que lloran, sea misericordiosa como Dios, el Dios de las bienaventuranzas es misericordioso.
El Papa Francisco, por su significativa cercanía a los pobres y su presencia en medio de ellos, con ellos, como el santo de Asís, trata de impulsar un anuncio claro e inequívoco de Jesucristo, –«sin Jesucristo nada podemos»– ungido por el Espíritu, para traer la buena noticia a los pobres, sanar los corazones desgarrados, y la libertad a quienes sufren tantas esclavizaciones como hoy se dan. Y así está siendo, pues está aportando, como estamos viendo, una gran esperanza a los débiles y a los que sufren. Dios nos ha regalado un «Papa de los débiles» para fortalecerlos y darles esperanza.
Bien podemos ver en él hoy, el Papa de la «misericordia y la fraternidad». Ahí tenemos su encíclica «Fratelli Tutti» («Todos somos hermanos») y su mensaje constante y reiterativo «El Señor es el Dios de la misericordia y del amor», el nombre de Dios es «misericordia». Y considero clave, además, la ecología humana «integral» de su encíclica «Laudato sí», también muy de San Francisco, y tantos otros pronunciamientos, como los que se refieren a la Amazonía; también muy franciscano es su espíritu de comunión y así no podemos omitir como clave en este pontificado, su insistencia en la sinodalidad inseparable de la Iglesia, misterio o sacramento de comunión.
Tras la muerte de Benedicto XVI, por parte de algunos parece que haya un afán de confrontar a ambos Papas. A este respecto me atengo a los hechos, no a lo que dicen algunos comentarios y medios de comunicación. Leyendo sus escritos y palabras no encuentro más que unidad, continuidad y sintonía entre ellos. ¿Por qué la encíclica sobre la fe es de ambos? ¿Por qué lo que el Papa Francisco dice en «Laudato Sí», es, en el fondo, un comentario, una explicitación de lo que Benedicto XVI dice en «Caritas in Veritate» sobre el mismo tema? ¿Los encuentros, la visitas, las llamadas son invención, y no responden a nada? Esto, por una parte. Pero no es que se hayan desatado los ataques contra el Papa, es que se dicen cosas que no son, por ejemplo el caso de lo que atribuyen a Mons. Gansweim: Que lean su libro, el de Gansweim y más bien encontrarán lo contrario, pero no se lo han leído concienzudamente y con detenimiento y transparencia, sino con intención aviesa. De todos modos no sé a qué se debe por parte de algunos el que arrecien sus críticas y hasta descalificaciones del Papa. Posiblemente se deba a que la figura del Papa sea quien sea, en concreto, –lo hicieron con Pablo VI, con Juan Pablo II, con Benedicto XVI– les estorba, estorba su ministerio de confirmarnos en la fe, en la verdad de la fe que nos hace libres, y de comunión y fortaleza en la unidad.
Su legado es amplio y tiene que ver con las claves de su pontificado, tan franciscano que antes he descrito o insinuado. De todos modos, para mí, su legado es la misericordia, la alegría que transmite, la sencillez y la humildad que no están reñidas con la verdad. Es más, si como decía santa Teresa, «humildad es caminar en verdad», la humildad del Papa se transparenta en la proclamación y defensa de la verdad, acompañada de la caridad; su amor y entrega a los más pobres, no son concebibles sin la firmeza de la verdad; y sin esta firmeza de la verdad no será posible anunciar a Jesucristo, la Verdad de la fe que nos hace libres, y hermanos, nos llena de alegría y gozo, a los hombres de todos los tiempos llamados a participar en la alegría del amor de la familia de la Iglesia, que ha de esforzarse en la construcción de la paz y de un mundo en paz como nos está enseñando el Papa Francisco. Que Dios siga bendiciendo al Papa Francisco y nos lo conserve porque no parece, que vaya a renunciar, por ahora, como él mismo ha declarado; gracias santo Padre. Rezamos por usted, como constantemente nos pide.
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