Con su permiso

Dolores

Mariluz se ha quedado con ese gusto amargo, decididamente incómodo, de redescubrir dónde y cómo se administran la pasión y los dolores terrenales en estas fechas de exaltación espiritual

Virgen
VirgenIlustraciónPlatón

Cuando en el año 1964 George Cukor dirigió My Fair Lady, aquella versión del Pigmalión de Bernard Shaw de principios de siglo (chica pobre e inculta que adquiere rasgos de refinamiento gracias a un generoso e interesado protector, o sea, lo de Pretty Woman unas décadas antes), introdujo en la trama el trabalenguas que el musical había convertido años antes en feliz hallazgo: «The rain in Spain stays mainly in the plain», algo intraducible entre otras cosas porque innecesario. No se trataba de qué se decía, sino de cómo se decía. Mostraba las dificultades de pronunciación de Eliza, la chica protagonista encarnada por Audrey Hepburn. Y era importantísima, porque el punto de inflexión en la peli llegaba en el momento en que ella conseguía pronunciarla correctamente. Buscando ajustarse a la trama, la frase dichosa fue trasladada de forma distinta en cada uno de los idiomas a los que se dobló My Fair Lady. En España se eligió jugar con la nada sutil diferencia entre pronunciar la «ll» como tal o como «y» griega, y así nació aquello de «La lluvia en Sevilla es una pura maravilla».

Mariluz, que es sevillana y devota, lo recuerda hoy mientras ve por la ventana cómo jarrea en las horas previas a la salida de su cofradía. La lluvia en Sevilla será una maravilla, pero la Semana Santa nos la revienta cuando aparece. Y suele hacerlo, no nos vamos a engañar. Deja caer de nuevo el visillo y se dice que sí, que hay sequía y emergencia climática y está muy bien que llueva y que llueva mucho. Pero que no lo haga siempre en esta semana, que es la de pasión, lluvia y recordar a la buena de Audrey insistiendo en que es una maravilla cuando nos está aguando (muy bien dicho aquí) la fiesta y la tradición por la que suspiramos parte del año y en la que llevamos siglos. No años, no; siglos. Desde aquella España del Siglo de Oro, recuerda Mariluz, en que se fundaban por doquier hermandades religiosas con tanto afán y éxito que hasta los intelectuales y escritores fraternizaban en ellas. Hubo una en Madrid, la de los Esclavos del Santísimo Sacramento, de principios del siglo XVII, tan de moda que personajes como Cervantes, Lope de Vega o Quevedo, pertenecieron a ella. Y eran de verdad devotos, era lo normal.

Hoy la Semana Santa es lo único que mantiene vivo en España aquello de las hermandades religiosas. Más como un reencuentro festivo con la fe y una tradición poco corriente (igual sucede con El Rocío) que como rasgo de carácter social. O eso le parece al menos a Mariluz que también piensa que esto de la lluvia en Sevilla tiene trazas de ser ya la parte meteorológica y telúrica de la tradición. Además, con poca posibilidad de solución. Aquí se que se está a merced de los elementos. Con lluvia no se puede salir porque se estropean los tronos, se mojan las ropas, se desfigura el desfile y se enfría la devoción. Tampoco hay posibilidad de proteger los pasos por una razón puramente estética.

Así que solo queda someterse al devenir caprichoso de la meteorología y esperar que las previsiones se equivoquen si dan lluvia o acierten en caso de que avancen que escampará a la hora de la procesión.

Se resigna Mariluz, o casi, y decide encender la radio. Hablan del tiempo, que en estos días sí que importa de verdad, un poco de la cansina política nacional, de los deportes… Y, de repente, algo llama su atención. Son datos, cifras que dibujan un paisaje de desasosiego en el que alguna vez ella reparó pero hoy le llega como de sorpresa, porque no recordaba que el problema siguiera ahí.

Dice la radio que Educo, que es una ONG que defiende y ejecuta la labor curativa y transformadora de la educación, denuncia que estos días hay cerca de 850.000 niños que no tienen garantía de una comida saludable al día porque están cerrados los comedores escolares. Son críos de familias que no sólo no llegan a fin de mes, sino que tienen serias dificultades hasta para comer. Y al menos en el colegio los niños pueden hacerlo. Con vergüenza, se lamenta una profesora, ocultando a menudo que no han podido traer bocata de casa porque no pueden (se me ha olvidado, se me hizo tarde…). Añade la ONG que el siete por ciento de los menores de 18 años no puede en España comer carne, pollo o pescado cada dos días. Y uno de cada tres niños, niñas y adolescentes, está en riesgo de pobreza o exclusión social. Y esto de los comedores se repite en Navidad y resulta dramático en verano, donde el cierre se prolonga por tres meses. Alguna comunidades autónomas mantienen centros abiertos durante esas fechas, pero la mayoría no. Y el verano, como la Navidad o la Semana Santa, son críticos para las familias de esos niños.

Mariluz vuelve a mirar a la ventana. Ha dejado de llover. Empieza a prepararse para la procesión. Pero ya de otra forma. Le alegra que finalmente pueda salir su cofradía. Pero se ha quedado con ese gusto amargo, decididamente incómodo, de redescubrir dónde y cómo se administran la pasión y los dolores terrenales en estas fechas de exaltación espiritual. De recordar lo que de verdad importa.