El bisturí

Draghi y la pérdida de competitividad de España

Mientras EE UU pone la alfombra roja a los trabajadores cualificados para atraer el mejor talento posible, Europa y, particularmente, España, los expulsa, como está ocurriendo por ejemplo con los médicos y enfermeras

Mario Draghi pasó a la historia de la economía mundial en su etapa al frente del Banco Central Europeo (BCE) con una intervención pública sucinta, pero demoledora, que sirvió para salvar el euro en plena tormenta en los mercados financieros. Sus taumatúrgicas palabras –«Haré todo lo necesario y, créanme, será suficiente»–, los sucesivos manguerazos de liquidez para aminorar los intereses de la disparatada deuda pública y la aplicación de políticas de austeridad de los estados que hasta entonces habían sido los más manirrotos –con España y Grecia a la cabeza– permitieron al viejo continente levantar la cabeza y salir del túnel al que lo había sumido su amor por el despilfarro. Años después de aquello, el italiano ha vuelto a la carga con un informe muy esperado, en el que alerta de la preocupante pérdida de competitividad de la economía en Europa frente a la pujanza creciente de la economía de Estados Unidos y China.

Al margen de que se compartan o no sus recetas para salir del estado comatoso –la apuesta por incrementos de gasto público no parece a priori la mejor opción, como bien expone en estas páginas Daniel Lacalle–, resulta difícil no estar de acuerdo al menos con el diagnóstico. Los puntos débiles que el expresidente del BCE detecta en Europa se magnifican a lo largo de los meses, y encuentran por desgracia en España su máxima expresión. Las políticas marcadas por el llamado pacto verde y por la dictatorial agenda 2030 deberían tener los días contados, si las autoridades del viejo continente aparcan su sesgo ideológico y se animan de una vez por todas a actuar.

¿Qué fallos ve Draghi? Básicamente, desindustrialización, pérdida de productividad, retrasos muy graves en materia de digitalización y una falta de apuesta clara por la innovación, justo lo contrario de lo que hacen EE UU y China. Por ejemplo, demonizar a las centrales nucleares pese a ser fuente de energía verde es un error mayúsculo del que se aprovecharán nuestros rivales, mucho más competitivos. Podría parecer que el italiano tomaba a España como referencia a la hora de escribir su informe, pues nuestro país reproduce casi todos los males que se vislumbran en el panorama europeo. Resulta llamativo que mientras la UE trata de subirse al tren antes de perderlo definitivamente, las autoridades españolas sigan aferradas a un mundo feliz, guiadas tal vez por una buena fe trufada de ignorancia. En este contexto, el ataque a la nuclear que pregona la posible nueva comisaria Teresa Ribera casa mal con los cambios que propugna Draghi para mejorar el abastecimiento europeo y devolver la salud a la economía, como también lo hacen las políticas de Yolanda Díaz, quien sigue aferrada al cargo a pesar de la espalda sin contemplaciones que le han dado sus votantes. ¿Son compatibles la reducción de la jornada laboral, nuevos aumentos del salario base y la masacre fiscal que ha desatado el Gobierno con los intentos europeos de recuperar la competitividad perdida? ¿Va España en la buena dirección cuando profesionales cualificados como los sanitarios se fugan del país en busca de mejores salarios? Mientras EE UU pone la alfombra roja a los trabajadores cualificados para atraer el mejor talento posible, Europa y, particularmente, España, los expulsa, como está ocurriendo por ejemplo con los médicos y enfermeras. Desde luego, si resulta necesario un viraje radical en Europa, en España es más acuciante aún, si cabe.