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Constatación de un fracaso

La Razón
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El primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, resignó ayer su cargo ante el presidente de la República para convocar nuevas elecciones que, de acuerdo a las normas institucionales del país heleno, tendrán que celebrarse en el plazo de un mes. Se trata, por supuesto, de la constatación de uno de los fracasos políticos más notables de la reciente historia europea que, sin embargo, no debe imputarse en exclusiva al líder de la izquierda radical griega, sino que alcanza a toda la izquierda populista europea, desde la marca española Podemos al Partido Comunista francés, que trataron de hacer de su figura el adalid de un nuevo paradigma económico mundial y piedra de toque de la refundación de una Europa que, en su opinión, estaba secuestrada por los mercaderes y herida por el «austericidio». Pero aunque esa proyección internacional de Alexis Tsipras, impulsada por esa misma izquierda que jaleaba en el Parlamento Europeo todas y cada una de sus propuestas, haya podido contribuir al triunfo de su candidatura en las elecciones que le llevaron al poder hace ocho meses, la razón última hay que buscarla en el desaliento y la frustración de una gran parte de la sociedad helena que, con sus defensas bajas, fue permeable a una burda demagogia, mezcla de populismo social y resentimiento nacionalista. Ayer, Alexis Tsipras volvió a demostrar que no ha perdido su capacidad para manejarse en los límites de la realidad al presentarse como el salvador de Grecia, que cede de nuevo la palabra al pueblo, ocultando que se ha visto forzado a adelantar las elecciones ante la imposibilidad de hacer frente a una moción de confianza planteada desde sus propias filas. Así, Alexis Tsipras, en un acto de prestidigitación política pocas veces visto, se arroga el éxito del acuerdo con la Unión Europea, que no hubiera sido posible sin el apoyo de los partidos de la oposición, y pide a los ciudadanos un nuevo mandato, pese a que sus decisiones han llevado a Grecia a la catástrofe y a la práctica pérdida de la soberanía económica. Hoy, ocho meses después de su triunfo en las urnas, la sociedad griega se enfrenta a un proceso de ajuste y de empobrecimiento social que el tercer rescate europeo apenas podrá paliar. Ocho meses en los que se dilapidaron los esfuerzos de cuatro años, sacrificados en el altar de una ideología vieja y contumaz en el error. Una lección que debería servir, al menos, para que las nuevas generaciones de europeos que no han conocido de primera mano lo que realmente fue la utopía socialista comprendan que la solución a los problemas nunca puede venir de la mano de los aprendices de brujo ni del voluntarismo ajeno a la realidad. Que la economía de libre mercado, inherente a las democracias avanzadas, ha hecho de Europa la región del mundo más libre, más próspera y más social.