Política

Democracia frente al populismo

La Razón
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Si la intervención, ayer, en la casa de LA RAZÓN, de la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, tuvo como eje la defensa de la democracia representativa y la reivindicación de la política ejercida a través de las instituciones fue, no hay que dudarlo, porque la mujer que representa la tercera autoridad del Estado es muy consciente del peligro que supone para nuestro sistema de libertades el resurgimiento en España, pero no sólo, de los viejos populismos, adalides de una supuesta democracia directa, que la experiencia histórica nos revela como el camino inevitable hacia el totalitarismo. En este sentido, fue casi innecesario que Ana Pastor pidiera desde la tribuna que se leyeran entre líneas sus palabras porque ya desde su primera referencia a la imprescindible batalla contra las mentiras –la eufemística posverdad– que han contaminado el inabarcable espacio de las redes sociales, todos los asistentes podían distinguir quiénes eran sus destinatarios. Ciertamente, la presidenta del Congreso hablaba desde el conocimiento preciso y directo de cómo los partidos populistas operan para deslegitimar el actual sistema de representación política, amenaza –azote, en palabras de la propia oradora– que se ha convertido en la preocupación más compartida por todos los representantes de los parlamentos europeos. En efecto, y con consecuencias tan graves como el Brexit, los populismos radicales, ya sean de izquierdas o de derechas, distorsionan los hechos, sus orígenes y consecuencias, con el objetivo de desacreditar lo que tildan de «vieja política» para proponer una supuesta democracia «participativa» de imposible cuantificación. En esta labor, todo vale: desde el espectáculo permanente en el Congreso, burla de la Institución que reúne la soberanía nacional, hasta la organización de consultas populares, como vías de participación alternativas a las urnas regladas, que pretenden suplantar la legítima representación institucional. Pero si Ana Pastor insistió en la necesidad de desenmascarar a quienes, desde la demagogia, pretenden la involución del actual sistema democrático –que es la historia del mayor éxito vivido por la sociedad española–, también quiso alertar del riesgo que corre España de perder una oportunidad tan propicia como la actual –un Parlamento en el que no hay mayorías determinantes– para abordar desde el consenso político los grandes desafíos pendientes. Porque frente a la demagogia al uso, Pastor nos recordó que la idea extendida de que los países funcionan «a pesar de la política» es profundamente nociva para la confianza de los ciudadanos en sus representantes democráticos cuando, lo cierto, es que sólo las buenas políticas, las que se ejercen a través de instituciones sólidas y por personas capaces, dan la medida de la fortaleza de un país. La presidenta del Congreso sabe, y lo lamenta, que el espectáculo grotesco, pero intencionado, de algunos representantes públicos está oscureciendo una labor parlamentaria muy activa –con hitos notables como los acuerdos del techo de gasto, la supresión de la cláusula suelo, la reforma hipotecaria o el bono social– que debería marcar el camino a los grandes partidos nacionales para afrontar unos desafíos que van más allá de un período legislativo, que implican a varias generaciones de españoles a medio y largo plazo. Pastor se refirió al sostenimiento de las pensiones y del estado del bienestar, y a las consecuencias inevitables del envejecimiento de la población en mayores costes de sanidad y dependencia. Son cuestiones que una democracia debe ser capaz de afrontar con racionalidad y acuerdo, sin sitio para el populismo.