Bruselas

Dos años de oposición baldía

El balance de dos años de ejercicio de la oposición por parte del PSOE es desolador. Enfrentado el país a las consecuencias de un colapso económico de una amplitud sin precedentes, cabía esperar de un partido con sobrada experiencia de gestión pública que hubiera atendido a la urgencia de la situación a la hora de modelar su discurso. Más aún, cuando la sociedad es consciente de que fueron los errores cometidos durante su anterior ejercicio de gobierno los que agravaron la recesión, al propiciar un incremento desmesurado del déficit fiscal y al rehuir las reformas necesarias, que acabó por dejar a España al borde del rescate. Medidas como los «cheques bebé», el «Plan E» y el subsidio general de los famosos «400 euros» no sólo fueron estímulos inútiles para reducir el impacto de la crisis, sino que vaciaron las arcas del Estado, dejando a sus sucesores sin margen alguno de maniobra. De todo ello no puede alegar ignorancia el actual secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, ya que llegó a desempeñar el cargo de vicepresidente primero en el último Ejecutivo socialista. Sin embargo, no se trata aquí de volver sobre el pasado, cuya sanción correspondió a las urnas, como de alertar sobre una manera de ejercer la política que reincide en los mismos errores. No es fácil de entender que en los dos años transcurridos desde las elecciones, cuando Mariano Rajoy ha tenido que abordar uno de los programas de reformas más extensos y complejos de la historia reciente de España, el PSOE se haya mostrado no sólo incapaz de llegar al más mínimo acuerdo con el Gobierno, sino que ni siquiera haya podido presentar una propuesta que no incidiera en el voluntarismo y la demagogia. Porque el diagnóstico de la situación y su tratamiento pedían fundamentalmente pragmatismo, más allá de planteamientos ideológicos. Las cuentas son las que son, y sin el incremento de la recaudación fiscal, la contención del gasto público, el saneamiento de las entidades de crédito y el incremento de la competitividad, España se hubiera encontrado con su economía intervenida por Bruselas. El problema es que la actuación de Pérez Rubalcaba ha venido condicionada por la debilidad de su posición al frente del Partido Socialista, lo que le ha llevado, por una parte, a tener que radicalizar el discurso y, por otra, a un juego de equilibrios en el alambre para contrarrestar los movimientos aleatorios de sus opositores internos. Hoy, tras dos años baldíos como oposición, el PSOE vuelve a mostrar las viejas cartas que, directamente, le llevaron a la peor derrota electoral de la democracia: el «guerracivilismo», la indefinición territorial, el anticlericalismo rancio, la identificación con los postulados de la izquierda radical y el voluntarismo económico. Ni una sola propuesta u oferta alternativa; sólo una cerril oposición a todo lo que hace, dice o proyecta el Gobierno.