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El contagio griego es Podemos
No se puede, en un ejercicio mínimo de honradez intelectual, culpar a las instituciones europeas del fiasco financiero griego. Nuestro socio heleno adeuda un total de 317.000 millones de euros – el 177 por ciento de su PIB–, 217.000 de los cualesprovienen de préstamos del BCE y del FMI, pero, también, de aportaciones solidarias de los principales países de la eurozona, como Alemania, Italia, Francia y España. Se puede entender que el actual Gobierno griego se acoja a todo tipo de subterfugios para no hacer honor a sus deudas, incluso tomando de rehén a su propio pueblo, pero resulta inadmisible, un puro insulto a la inteligencia, que trate de transferir su responsabilidad a unos fantasmagóricos «mercados», epítomes del malvado capitalismo, cuando a quienes perjudica su actitud es a sus inmediatos compatriotas europeos, con los que –al menos, así lo creíamos– los griegos se habían embarcado lealmente en la construcción del gran proyecto de la unidad de Europa. La situación de Grecia tiene, por supuesto, una lectura política interna española –como también francesa o italiana– que es preciso destacar, por más que a los nuevos portaestandartes de las viejas banderas del marxismo y sus gastadas fórmulas económicas no les agrade. No conviene olvidar que todo este sinsentido parte de la manipulación consciente por un partido de izquierda radical, abonado a la demagogia como es Syriza, del vulnerable cuerpo electoral griego, acosado como estaba por una crisis económica y social con pocos precedentes, a quien se hicieron unas promesas de imposible cumplimiento, auténticos cantos de sirena que llevaban directamente a la quiebra del país. Una mixtificación más grave, si cabe, porque Grecia, a costa de un notable esfuerzo propio y de la ayuda financiera europea, estaba reconduciendo su situación bajo el Gobierno de centroderecha de Andonis Samaras, esfuerzo dilapidado por unos vendedores de humo populista, jaleados por otros partidos europeos del mismo cuño, como Podemos, en España, o el Frente de Le Pen, en Francia. Éstos son los hechos que la dialéctica maniquea de Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, a quienes se ha unido con el entusiasmo del converso Alberto Garzón, trata de desvirtuar. En una sociedad europea avanzada como es la española, este intento debería estar condenado al fracaso, más aún con el ejemplo de la deriva bolivariana de Venezuela –al borde de la quiebra y con un corralito cambiario–, pero que acusa el cansancio de la lucha contra la crisis. Sin embargo,ni existen fórmulas mágicas para conseguir el mantenimiento y la mejora del Estado del Bienestar que no pasen por el orden y la constancia en el saneamiento de las cuentas públicas, ni, mucho menos, las fórmulas mil veces fracasadas que nos proponen los demagógos. Si Grecia es el espejo donde se mira Podemos, nos devuelve el feo rostro de la realidad,.
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