Elecciones

El error del «cordón sanitario» a Vox

En política, como en tantas cuestiones, las cosas no son como nos gustarían que fueran, sino como un cúmulo de factores que acaban conformando la realidad. En política, además, y de manera especial, pueden cometerse errores que trastoquen las buenas intenciones plasmadas en un programa. En las elecciones europeas de mayo de 2014 irrumpió Podemos con cinco diputados; ahora es el socio principal del Gobierno de Pedro Sánchez, un partido que ha crecido en una corriente contra las élites europeas y la UE, abiertamente antimonárquico y simpatizante del «proceso» independentista. Lo que clásicamente se llamaba un partido de «extrema izquierda». Es la representación clara del populismo de izquierdas que propone romper el consenso constitucional. Tampoco nadie había previsto que España pudiese contar con un partido de extrema derecha –o populista de derecha o nacional-populista– con representación parlamentaria; entre otras razones, porque se partía de la constatación sociológica de que España es un país más moderado y tolerante de lo que los propios españoles creen. Pero en estos últimos años han pasado cosas que han alterado el juego político y que, en definitiva, han radicalizado al conjunto de la sociedad, a un lado y otro del espectro parlamentario. La aparición de Vox responde sobre todo al desgarrón abierto por el independentismo catalán, lo que ha provocado que todo el debate político tenga un sesgo identitario y amplios sectores de la sociedad se hayan sentido impotentes y desamparados ante la absoluta impunidad con la que el nacionalismo catalán ha impuesto la ruptura de España. Eso es así, pero no lo es todo. Hay también una batalla cultural que está teniendo lugar en Estados Unidos y Europa y de la que será difícil que España escape: la izquierda ha conseguido que los principios de la «corrección política» sean aceptados sin posibilidad de réplica, y que las élites urbanas desarrollen su sistema de vida en contra de los valores que han representado a las clases medias automáticamente tildadas de «fachas». Trump, Le Pen, Salvini... están también en esta corriente. El PP es un partido de Gobierno, moderado, integrador, con sentido de Estado, cuyo voto sigue siendo útil, que, en definitiva, ha sido un reflejo de la sociedad española y no está en su manera de entender la política la agitación y la sobreactuación ideológica, pero tampoco debe olvidar que la sociedad española ha sido convulsionada y a estos cambios culturales también hay que dar respuesta. Ante Vox, el PP debería evitar aplicar la estrategia del «cordón sanitario», a la que es tan afín la izquierda –bien lo saben precisamente los populares en Cataluña–, y atraer al orden de la política racional a estas formas de populismo que ante el problema planteado por el desafío independentista lo único que proponen es acabar con las autonomías. Si Vox acepta, acata y defiende la Constitución tiene derecho a entrar en el juego político, de la misma manera que es aceptado Podemos y los nacionalismos disgregadores, habiendo dado muestras estos de graves deslealtades. No hace falta esperar la llegada a la vida pública de esta nueva formación para comprobar que la «democracia de masas» –la que pide el voto directo, como también pide Vox ahora un referéndum para suspender las autonomías–, la que no acata las leyes que no le gustan, la que cree que miles de tuits son miles de votos, la que insulta y escupe al adversario, es el mayor riego para el liberalismo parlamentario. Será fácil para este partido abrirse paso en un paisaje con políticos desprestigiados y un sistema puesto patas arriba por los populistas de izquierda y derecha.