Gobierno de España
El PP debe votar «no» a Pedro Sánchez
Pedro Sánchez recibió del Rey el encargo de intentar la investidura como presidente del Gobierno. En un episodio no insólito, pero sí ajeno a los usos y costumbres compartidos y asentados en la reciente historia de nuestra democracia, se presentó a la ronda de consultas con Don Felipe en el Palacio de La Zarzuela sin haber no ya armado una mayoría suficiente para alcanzar la confianza de las Cortes, sino tan siquiera haber sondeado a los futuribles aliados parlamentarios de su candidatura. En esto Pedro Sánchez se maneja también de forma heterodoxa e incluso atrabiliaria pues los procedimientos no son caprichosos o anecdóticos, sino que constituyen un elemento esencial de la savia que nutre nuestro Estado de Derecho. Desde ese momento, La Moncloa se ha encargado de transmitir a la opinión pública que hay una combinación predilecta para alcanzar los 176 diputados o la mayoría simple en según qué votación. La ministra portavoz Isabel Celaá explicitó la demanda para evitar especulaciones en otro de esos ejercicios tendenciosos en lo político de manoseo partidario de la rueda de prensa del Consejo de Ministros. Directamente, se hizo un llamamiento a la abstención de PP y Ciudadanos en la investidura en aras de la «estabilidad» y con el propósito de no depender de las fuerzas independentistas. El movimiento del Ejecutivo se realizó previo a cualquier negociación o contacto con Unidas Podemos. La maniobra de Pedro Sánchez es sagaz, pues de lo que se trata es de trasladar toda la presión a las formaciones constitucionalistas del centroderecha para vaciar su depósito de responsabilidad y trasegar ese caudal a los principales partidos de la oposición ante la posibilidad de que finalmente su investidura pueda depender de los separatistas o que incluso el proceso se frustre y España esté de nuevo en la tesitura de enfrentar nuevas elecciones. Esa inversión de la carga de la prueba es otro truco más del repertorio taumatúrgico de Moncloa para llegar con ventaja y un as en la manga en el momento de enseñar las cartas en el proceso negociador en el que parecen no tener prisa. Se intenta que el foco apunte a Pablo Casado, fundamentalmente, y por ende que deje de centrarse en el líder socialista y establecer así los paralelismos convenientes con la situación que vivieron los socialistas en 2016 cuando se debatieron entre facilitar o no la investidura de Mariano Rajoy, como finalmente ocurrió tras una repetición de elecciones y una crisis interna sin precedentes en el partido de Ferraz. Pero lo cierto es que las circunstancias no son equiparables ni por lo más remoto. Entonces, el país estaba inmerso en un bloqueo político e institucional de meses que amenazaba con cronificarse con consecuencias nocivas para una economía en proceso de recuperación. No había alternativa o fórmula posible para desatascar una dinámica perniciosa por corrosiva. Pedro Sánchez consagró su «no es no» de infausto recuerdo y ahora maneja los hilos de un montaje fraudulento que pretende colocar al PP entre la espada y la pared. Pero el deber de Pablo Casado y su partido no es colaborar en investir a un presidente del Gobierno con bagaje de gestión nítidamente negativo para el país en un mandato de unos cuantos meses que, sin embargo, le sirvieron para entenderse con los separatistas catalanes, debilitar el constitucionalismo, poner en jaque a la Justicia, negociar y pactar con los proetarras, relativizar los escándalos de sus ministros y plantear y promover una política económica equivocada y perniciosa, además de haber institucionalizado la anomalía en los procedimientos democráticos y la instrumentalización en la esfera pública. El PP está obligado a oponerse, plantear su alternativa y ganar la confianza de los españoles para cuando llegue el momento. Sánchez tiene otras combinaciones para esquivar a sus otrora socios independentistas. Que las tantee.
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