Relevo en el PP
El PP es un partido para gobernar
El Partido Popular sabrá hoy la persona que dirigirá sus destinos en los próximos años y que aspirará a recuperar el Gobierno de la Nación. Los compromisarios decidirán entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado en el congreso del PP más apasionante y trascendente que se recuerda, aquel que, sin duda, marcará un antes y un después en la trayectoria de una formación de gobierno medular en la democracia. Llegados a este punto crítico pero esperanzador tras una campaña tensa pero esclarecedora, la incertidumbre sobre el desenlace sobrevolará el encuentro hasta el último minuto. Aunque, sin duda, el seísmo que ha empujado al PP a la elección de un nuevo líder fue traumático e inesperado con una moción de censura pactada entre una alianza Frankenstein de partidos de izquierdas, nacionalistas, independentistas y antisistema, el proceso ha puesto en manos de los populares la ocasión de proceder a una renovación y una recomposición de un proyecto ganador sometido a un enorme desgaste que derivó en una desconexión paulatina de su electorado. Los factores de ese abatimiento político son variados, pero, sin duda, la razón central fue la gestión de la peor crisis económica de la historia democrática del país, que obligó a adoptar decisiones muy impopulares que conllevaron dolorosos sacrificios en la sociedad con secuelas que persisten hoy. Obviamente, hubo otros motivos, pero señalar a la corrupción, manido discurso de la izquierda, no resulta creíble más allá de que fuera utilizado con habilidad y demagogia por la propaganda opositora. Hoy, cuando está a unas horas de girar los goznes de un liderazgo nuevo, el PP está legitimado para reivindicar un legado positivo para este país en años críticos con más aciertos que errores. Aunque sólo se apuntara en su haber el mérito de convertir la recesión en un crecimiento económico líder en Europa que todavía se mantiene, el balance ya resultaría positivo. Ayer, el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy reivindicó esa gestión en su último discurso como responsable máximo del partido en el Congreso del PP. El suyo fue un adiós precipitado y abrupto. Su presencia en el cónclave resultó un homenaje a su figura y a su obra, con menciones de los intervinientes y ovaciones de los compromisarios. Su discurso era muy esperado, pero se atuvo a lo previsible. Lanzó un mensaje de orgullo sobre lo que ha sido, es y debe representar el PP y puso en valor el trabajo de sus gobiernos que hicieron de la necesidad virtud. Apeló a preservar la cohesión del Partido y la lealtad a una España unida y fuerte con la libertad individual como principio irrenunciable. Rajoy, como era deseable, mantuvo formalmente la neutralidad entre los dos aspirantes a sucederle y se puso a disposición del nuevo presidente: «Me aparto, pero no me voy». En el pasado, en los gobiernos populares, el líder que saldrá elegido hoy tiene una obra en la que mirarse y reconocerse. El patrimonio de un proyecto que cautivó a más de diez millones de personas. Toca mirar al futuro y la responsabilidad es máxima porque construir es lento y arduo, pero derribar lo edificado cuesta menos de lo que se cree. El nuevo PP está en una encrucijada y debe acertar en sus decisiones para estar a la altura que el país necesita en un momento complejo y amenazante, con un Gobierno en minoría prendido de una alianza de partidos que quieren acabar con la democracia del 78, la Constitución y, en suma, la España en libertad. El PP es más necesario que nunca, uno renovado y fuerte que sirva de contrapeso y que sea capaz de aglutinar a esa mayoría moderada que quiere certidumbres y no aventuras, y que ama a su país. Una alternativa ilusionante vertebrada en torno a un liderazgo resuelto y renovado y un partido robusto, sin fisuras y con empuje que le acompañe.
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