Gobierno de España

El precio de la foto de Sánchez y Torra

Para entender algunos detalles de los preparativos de la reunión entre Pedro Sánchez y Joaquim Torra habría que repasar la doctrina en la que se basa la «reconstrucción nacional»: tratar al Estado de igual a igual. Si el lema pujolista de «fer pais» se propuso nacionalizar todo lo divino y todo lo humano –tanto servía subir un domingo a Montserrat como obtener del Gobierno de turno el 30% de la cesión del IRPF–, ahora, en el estadio más radicalizado del «proceso», en el momento más crítico, se trata de hacer efectiva las «estructuras de Estado». Por lo tanto, a un «mini Estado», como es Cataluña en la imaginería independentista y de facto lo es por sus plenas competencias, le corresponde una «mini cumbre». Así será. El nacionalismo es una fábrica de crear significados, acontecimientos y momentos históricos, simples peldaños para alcanzar la independencia –aunque sólo sea la «desconexión afectiva»–, por lo que la reunión de hoy es un hito a favor de Torra y un gesto que a Sánchez le costará explicar, al menos a sus electores cuando llegue el momento: obliga al Gobierno a aceptar su lenguaje y desprecio absoluto a la democracia española. En este sentido, la reunión prevista entre los dos presidentes de Gobierno se inscribe en esa «normalización» que quiere escenificarse, desgraciadamente también por el Ejecutivo socialista, pero por distintos motivos. La Genereralitat aspiraba a una cumbre bilateral –se supone que como la celebrada con Portugal en Valladolid el pasado 21 de noviembre–, pero al final ha quedado en una cumbre más modesta en la que el orden del día que Torra ha puesto encima de la mesa es de marcado contenido político-simbólico, un programa de máximos, difícil de atender: la defensa del derecho de autodeterminación, la aplicación del artículo 155, la «represión judicial» contra los líderes del proceso independentista, el rechazo a la Monarquía, además del modelo de la escuela catalana. Todo o nada. Por contra, Sánchez tendrá la recompensa de que los partidos independentistas catalanes –ERC y PDeCAT– votarán hoy a favor en el Congreso del techo de gasto, herramienta necesaria para sacar adelante los Presupuestos, el mismo día de la cumbre. Desde este punto de vista, el encuentro de «cortesía» con Torra habrá servido de algo: si independentistas –más Podemos– votaron en julio en contra del techo de gasto, ahora, con las mismas cifras, lo apoyarán. No hay mayor evidencia de que el Gobierno consigue de esta manera el apoyo de los nacionalistas para alargar como sea la legislatura y seguir en la Moncloa. La Generalitat, por contra, prolonga su agónico golpe. Bajo vuelo político el mostrado por Sánchez, de mera supervivencia, en un momento crítico del «proceso». Precisamente cuando el independentismo debería comprender que la vía unilateral emprendida fue un gravísimo error y que sólo cabe la rectificación. Y precisamente en el momento en el que va a comenzar el juicio contra los dirigentes del 1-O. Aunque estemos acostumbrados, es de un cinismo insoportable decir que es un encuentro de «cortesía» mientras que hay un plan para bloquear Cataluña por los CDR y se han movilizado miles de agentes –Mossos d’Esquadra, Policía Nacional y Guardia Civil– para que el Consejo de Ministros se pueda celebrar. Es la doble estrategia clásica de los nacionalistas: llevar la provocación al límite y a continuación desarrollar su proverbial victimismo. Sánchez entiende esta reunión como un «gesto de concordia», pero de nuevo se ha encontrado ante la realidad de los hechos: el pasado martes los independentistas votaron una moción en el Parlament impulsada por la CUP en la que se tacha al Constitución de «antidemocrática». Apoyarse en los independentistas para seguir en el Gobierno tendrá graves consecuencias para la gobernabilidad del país. Muchos votantes del PSOE empiezan a no comprender esta peligrosa deriva.