Suiza

El Rey se ocupa de España

La vuelta a la plena actividad del Rey, una vez superados sus problemas de salud, es un hecho que, como no podía ser de otra forma, ha sido muy bien recibido por la sociedad española. Las encuestas que periódicamente realiza la Casa Real, que no suelen hacerse públicas, confirman que la figura de Don Juan Carlos recupera poco a poco sus altos niveles de valoración entre los españoles, aunque todavía se halle por debajo de la del Príncipe de Asturias, pese a la sostenida campaña de injustas críticas, cuando no de simple difamación, que llevan a cabo la extrema izquierda y los sectores más radicales del separatismo contra la primera institución del Estado. Son insidias con cierta repercusión, especialmente en las redes sociales, que la obligada discreción de la Casa Real no permite contestar con la rotundidad que se merecen. Es el caso, por citar uno de los últimos ejemplos de la contumacia en las medias verdades de esos sectores, de las supuestas cuentas de Don Juan Carlos en Suiza. El hecho cierto es que el Rey no tiene cuenta alguna en la banca suiza, desde que quedaron solventados todos los trámites de la herencia de Don Juan, en 1995. Sin embargo, y pese a que la insidiosa campaña contra la institución monárquica haya hecho que algunas personas ya no distingan entre el derecho a la libertad de expresión y la mala educación, lo cierto es que la Jefatura del Estado goza de un elevado predicamento tanto en España como fuera de nuestras fronteras, con demostraciones de afecto tan incontestables como el hecho de que Su Majestad vaya a realizar su aplazado viaje oficial a Marruecos en plenas fiestas del Ramadán, directamente invitado por el monarca alauí. Don Juan Carlos mantiene intacto todo su prestigio como primer embajador de España y gracias a él numerosos proyectos empresariales españoles han llegado a buen puerto en diversos países. De puertas adentro, las preocupaciones del Rey no son otras que los problemas que padece España y que le han obligado a centrar su agenda en devolver el prestigio a las instituciones y, dentro de las funciones constitucionales de su cargo, a trabajar como moderador y árbitro para que todos los actores sociales comprendan que la unidad y la solidaridad, el esfuerzo común, son los instrumentos para superar la crisis y garantizar el futuro de la nación. Así lo reafirmó ayer en su discurso ante el Consejo Económico y Social, ante el cual puso en valor «el espíritu de consenso» que explica en gran medida el progreso logrado por España en las últimas décadas. Sólo el Rey tiene la autoridad moral y la capacidad institucional suficientes para invocar, en esta coyuntura tan difícil que atraviesa España, la necesidad de «actuar unidos, construir consensos, superar diferencias y sumar iniciativas», por encima de las legítimas diferencias políticas, como hizo ayer.