Cataluña
Europa contra el separatismo
No es la primera vez que Europa expresa de manera nítida y resuelta su posición frente a la amenaza de los movimientos de carácter separatista que anidan en su seno. Ayer, durante su intervención en el congreso del Partido Popular Europeo, la canciller alemana, Angela Merkel, dio un paso más al dictaminar que nadie va a poner a prueba el principio de integridad territorial de los estados miembros de la Europa comunitaria, afirmación respaldada inmediatamente por el presidente del Consejo europeo, Donald Tusk, que alertó, además, contra los nacionalismos y separatismos que no sólo tratan de debilitar a la Unión Europea, sino que, en palabras textuales, «amenazan a sus propias comunidades y debilitan su propia soberanía». Por supuesto, no hubo referencia expresa al proceso separatista en Cataluña, tratado siempre con exquisito respeto por los dirigentes comunitarios, por tratarse de un problema interno de un país miembro, pero no hacía falta. De hecho, la canciller alemana acababa de mantener, fuera de agenda, un encuentro con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el que ambos mandatarios trataron la prioridad de que Europa se mantenga unida y firme en las negociaciones del Brexit para no dar ningún aliento al fantasma del nacionalismo. En definitiva, un cierre de filas con la democracia española y su ordenamiento constitucional, que refleja, asimismo, la voluntad europea de mantener su unidad frente a quienes tratan de romperla. Como señalábamos al principio, aunque desde todas las instituciones de la UE se ha venido reiterando el mismo mensaje de rechazo al separatismo catalán –como a otros movimientos secesionistas–, el Gobierno de la Generalitat todavía trata de mantener la ficción de que una Cataluña separada contaría, si no con el apoyo, al menos con la neutralidad del resto de los países comunitarios. Nada más incierto. Ya, ni siquiera el gigantesco esfuerzo de propaganda exterior e interior desplegado por el Ejecutivo catalán –con el uso a discreción del dinero público–consigue calar en la opinión pública catalana, que siempre ha sido el último destinatario de las campañas publicitarias. Los recientes esfuerzos separatistas, como los viajes al extranjero del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, se cuentan por fracasos, cuando no rayan directamente en el ridículo de quien, fugado de la realidad, se atreve a compararse con Martín Luther King o Nelson Mandela. Las viejas naciones democráticas del mundo conocen perfectamente lo que son y han representando los nacionalismos como para «comprar» la mercancía averiada de Puigdemont. Pero a medida que la realidad va desmontando una a una las medias verdades, cuando no flagrantes mentiras, de los separatistas, la sociedad catalana va cambiando una percepción que, no hay que olvidarlo, vino en buena parte inducida por unos políticos oportunistas que se aprovecharon del desconcierto social provocado por la grave crisis económica que sufrió España. Así, ayer, el CIS catalán hacía públicos los resultados de su último sondeo, que reflejan ese cambio de percepción de los ciudadanos catalanes al que antes nos referíamos. No sólo se incrementa notablemente la ventaja de quienes rechazan la hipotética independencia de Cataluña –el 48,5 por ciento de los consultados se oponen a la separación, frente al 44,3 por ciento que la apoyarían–, sino que los partidos soberanistas, Junts pel Si y las CUP, perderían su actual mayoría absoluta en el Parlamento catalán de celebrarse hoy las elecciones autonómicas. La mentira comienza a pasar factura a los independentistas.
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