Elecciones Generales 2016
La hora del voto útil
En 13 ocasiones los españoles hemos sido convocados para elegir a los representantes en las Cortes y el Senado. No es un trámite más del funcionamiento de una democracia formal, sino la expresión máxima de la voluntad popular, por lo que debe realizarse respetando las normas y sin interferir en su libre ejercicio. Conviene subrayarlo siempre que llega este momento porque de ello dependen nuestras garantías democráticas: no todo vale para atraer el voto y menos, por su puesto, echar mano de la vieja táctica de denigrar al adversario. España es un país serio, solvente y respetuoso con la Ley y la pluralidad, por lo que poner en duda la imparcialidad de unas elecciones sólo hace que cuestionar el sistema. Aquellos que lo hacen sólo demuestran sus propias carencias. Por lo tanto, cuidado con los incitadores de la «antipolítica» porque no es recomendable alimentar un caladero de votos con una dieta de demagogia e intolerancia. Ante esta tentación, no hay otro antídoto que acudir a las urnas y ejercer el voto con responsabilidad, sabiendo que no puede despreciarse ni una sola papeleta. Es el momento del voto útil, el que pueda concretarse en la formación de un Gobierno sólido que ofrezca estabilidad al país. Y también a Europa.
Sin embargo, no estamos ante unos comicios cualquiera, ya que se trata de la segunda convocatoria después de una fallida legislatura en la que no fue posible investir a un nuevo presidente del Gobierno. Aunque está dentro de la normalidad constitucional, la política española vive un bloqueo desde las elecciones del pasado 20 de diciembre, en las que se perfiló la nueva estructura de partidos con cuatro formaciones, con un claro vencedor, pero sin mayoría, por lo que era necesario llegar a pactos. Ésa es la novedad en la política española, aunque ahora requiere afinar más y alcanzar compromisos en los que se pongan por delante los intereses generales del país a los partidistas. Incluso requiere, en contra de los que creen que el bipartidismo ha muerto, reagrupar el voto entre los que quieren el acuerdo y la estabilidad y los que creen en el enfrentamiento –«agudizar las contradicciones del sistema», dicen en su jerga– y la división del país entre los de «arriba» y los de «abajo». Unas terceras elecciones serían catastróficas por la parálisis que supondrían en el crecimiento y la estabilidad y, además, porque sólo servirían para que se abrieran paso las opciones más radicales, que es justamente lo que no necesita el país. En contra de los agoreros del «cuanto peor, mejor», no se ajusta a la realidad que en nuestro país exista un desapego hacia la política. La prueba está en que la participación en las sucesivas convocatorias electorales supera las de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. No estamos ante un colapso del sistema ni ante las exequias del «régimen del 78», sino frente a una decidida voluntad de acabar con el consenso como fórmula de avance político colectivo y nacional. Frente a la manipulación sentimental de injusticias y desigualdades de los de «abajo», hay que volver a hacer valer un uso racional de la política, de la acción real de los poderes públicos, para conseguir el mayor bienestar en el conjunto de la sociedad, ante las soluciones mágicas saturadas de colesterol ideológico, de desastrosos efectos en los laboratorios del «socialismo del siglo XXI». Por lo tanto, es necesario hacer un uso responsable del voto frente a ese populismo que cree que sólo él, imbuido por una endiosada superioridad moral que se atribuye «la voz del pueblo», puede cambiar el mundo, siguiendo, claro está, los patrones más nefastos.
Hay un nuevo factor que obliga a que tras las elecciones de hoy se constituya un nuevo Gobierno y a no dar paso a una interinidad que no nos podemos permitir, ni Europa tampoco: el resultado del Brexit. La victoria en Reino Unido de los que quieren abandonar la UE ha dejado claro que las opciones ultranacionalistas y populistas se están abriendo paso, que su mensaje cala allí donde cunden el desánimo y la desorientación política y donde las soluciones drásticas, simplonas y antisistema –del «España nos roba» a la «Europa de los mercados»– encuentran acomodo. Nunca como hasta ahora la política española ha sido tan dependiente de la UE, y a la inversa. Europa vuelve a ser el campo de batalla donde se dirimen las opciones populistas, a izquierda y derecha, las que buscan la solución en encerrarse en las ensimismadas identidades nacionales y las que culpan a Bruselas de una estructura burocratizada alejada de los problemas reales de los ciudadanos, frente a la acción real de las instituciones democráticas en beneficio de todos. A lo largo de estos últimos seis meses, ha habido tiempo para que las diferentes opciones que acuden a las urnas hayan dejado claro cuáles son sus propuestas concretas. Ahora les toca a los ciudadanos elegir quiénes creen que representan mejor sus intereses, pero una sociedad madura y avanzada como la española también debe votar con conciencia de lo que es mejor para el conjunto de los españoles. Ése es el voto útil.
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