Unión Europea
Macron y Sánchez o todo por Francia
En un pacto no escrito, se delimitaba el papel de las dos potencias europeas: a Alemania, considerada el motor industrial, le correspondía el papel económico; Francia, origen de las democracias modernas, ocuparía el papel político. En lo simbólico puede tener un sentido, pero en lo práctico es adjudicar funciones que no se corresponden con la realidad. En este sentido, podría decirse que nadie más que Alemania ha luchado por la unidad europea, que ha llevado el peso en momentos especialmente críticos –crisis de los refugiados– y quiere hacer valer ahora esa capacidad de cohesión y firmeza que le ha dado Ángela Merkel. Tiene sentido, por lo tanto, que diga que Macron no es Europa. El Parlamento Europeo había conseguido, desde el 2014, un sistema de elección para presidir la Comisión Europea, el llamado «spitzenkandidat»: los cabezas de lista de cada grupo representado en la Eurocámara eran automáticamente candidatos a presidir la CE. Este sistema de «candidatos designados» fue aceptado, aunque no exista una lista transnacional, algo que en un futuro no muy lejano debería estar encima de la mesa. De esta manera, el Parlamento adquiría un papel predominante sobre el resto de organismos, ya de por sí con un funcionamiento y atribuciones enrevesadas propias de la burocracia comunitaria. No son pocos los que opinan que reforzar el sistema parlamentario europeo, que el voto de los ciudadanos se concrete en gobierno y presidencia, añadiría un atractivo para frenar el euroescepticismo. Cinco años después, el empeño de Macron de liquidar este sistema de elección se ha hecho realidad, precisamente cuando el grupo en el que él se apoya, el de los liberales de Alde (109 escaños), puede tener un papel determinante al decantarse a favor de la socialdemocracia (146) o de los populares (180). De hecho, la gran coalición de estos dos grandes partidos, que es la que ha funcionado siempre en la UE, necesita nuevos apoyos y Alde –ahora rebautizados como Renew Europe, tras su alianza con el presidente francés– puede ocupar un espacio central. Pedro Sánchez ha adquirido un papel relevante en estas negociaciones previas, al ser el líder del único partido socialista que está al frente de un gobierno, con la intención declarada de atraer los votos liberales y ganar una buena posición en el tablero europeo. Lo mismo está haciendo con Albert Rivera, pero a la inversa. Es realmente difícil encontrar el precedente del primer mandatario de un país europeo interviniendo de manera tan directa en asuntos de la política interna de otro Estado. Lo está haciendo con Ciudadanos –miembro también de Alde– y sus acuerdos con Vox. Es pronto para saber si lo hace para amonestar a Cs, que recibió pronto el apoyo de los liberales europeos, o para acercarse a Sánchez, que es quien ahora le conviene para poder rentabilizar su presencia en la CE y, de paso, conseguir la abstención de Rivera en su investidura en España. Las adulaciones a Sánchez pronto tendrán un resultado en los nombramientos en las presidencias de los órganos de UE. Los socialistas tienen la oportunidad de alcanzar la presidencia de la CE después de 15 años, pero, de momento, ha fracaso en el primer intento: la candidatura del holandés Frans Timmermans ha sido rechazada. Tampoco tuvieron mayoría suficiente los otros nombres propuestos: la liberal danesa Margrethe Vesager y el alemán del PPE Manfred Weber. Sánchez sabe que la presión de Macron a España no es por los intereses del grupo de Alde, sino por los de Francia. Esta es la dialéctica que siempre ha guiado la UE y es esa lógica la que decidirá los nombramientos de la presidencia de la Comisión Europea, Consejo Europeo, Banco Central Europeo y el alto representante de la Política Exterior. Como siempre ha sido en la compleja maquinaria europea.
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