Pactos electorales
Madrid y Murcia necesitan gobiernos
España afronta una nueva semana de bloqueo político a nivel nacional y también en comunidades autónomas como Madrid y la Región de Murcia. El grado de incomprensión y perplejidad de la ciudadanía con sus representantes aumenta porque, en realidad, el parón y la provisionalidad que lleva aparejada no tienen fundamento ni justificación. Los partidos recibieron el mandato de los votantes hace ya demasiadas semanas como para que esta inacción grotesca pueda defenderse con un mínimo de seriedad. A veces, los elegidos se olvidan de que su deber primero es prestar servicio a la gente, a sus necesidades, y no servirse de los cargos y responsabilidades en los que esa misma gente les ha situado. Su contrato social no se acaba con el ejercicio de la votación el domingo electoral de turno tras una interminable campaña, sino que arranca en ese prodigioso instante democrático en el que los electores acudimos a las urnas. La memoria es frágil y la voluntad de atender a sus obligaciones es presa de un relativismo que nos parece endémico entre nuestra clase dirigente. Pero si con el presidente del Gobierno en funciones podemos esperar cualquier cosa porque su historial no es precisamente el de un dirigente recto y fiable en sus compromisos y en su palabra –hemos perdido ya la cuenta de las veces en las que se ha desdicho de manifestaciones anteriores, en los que ha defendido una cosa y la contraria–, esperábamos mucho más de los partidos del bloque del centro derecha que recibieron un respaldo mayoritario en feudos clave como Madrid y Murcia, territorios que por unas razones u otras no se pueden permitir este colapso en sus administraciones autonómicas. Partido Popular, Ciudadanos y Vox ganaron con claridad los comicios en esas comunidades y es indefendible e incomprensible que a día de hoy no hayan encontrado la forma de plasmar el mandato de la gente en un gobierno sólido que se ponga a trabajar y a atender los problemas de sus conciudadanos. En este melodrama no todos merecen reproches por igual. En absoluto. Ciudadanos y Vox han actuado por debajo de lo que cabía esperar y exigir de dos formaciones que se arrogan un sentido de Estado y de defensa del interés general que no se ha dejado sentir en esta coyuntura. Las luchas partidistas y los conflictos ridículos, aderezados de dosis de vanidad y soberbia en algunos de esos dirigentes, han prevalecido frente a lo trascendente y sustantivo, el bien común. Y ese comportamiento absurdo y pueril no resulta inocuo para las comunidades en cuestión, pero tampoco para sus propias posiciones, pues, pese a lo que puedan pensar, los votantes toman nota. La encuesta de NC Report sobre la Comunidad de Madrid, que hoy publicamos, constata una caída significativa en la intención de voto de Cs y Vox, que se dejarían dos y tres escaños, respectivamente, que son los que el PP ganaría. Con el añadido, además, de que los populares serían los únicos que crecerían con el resto de siglas, a izquierda, derecha y centro, a la baja. De igual forma, los madrileños señalan al partido naranja y al de la derecha radical como máximos culpables del bloqueo político en la región. Por lo tanto, toca dejar a un lado esas diferencias triviales que han cegado hasta ahora el acuerdo necesario y poner en valor todo aquello que comparten y que fue lo que mereció el respaldo mayoritario de los votantes. PP, Cs y Vox tienen la obligación de entenderse y de plasmar esa sintonía en programas de progreso y bienestar. Hacerlo desde el convencimiento de que no hay tiempo que perder y que la interinidad sobrevenida sólo genera excepcionalidad e incertidumbre que nunca son buenos compañeros de viaje de la prosperidad.
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