Cataluña
Mantener la cabeza fría
El riesgo de extraer conclusiones precipitadas del movimiento populista que se vivió el miércoles en Cataluña no acecha sólo a los promotores del separatismo catalán. Si es comprensible el deslumbramiento que pueden producir millares de personas, perfectamente organizadas, flanqueando carreteras y calles con sus camisetas amarillas, no debería serlo descontextualizar la demostración de la Diada, dejándola al margen de los parámetros en los que se desenvuelve el arte de la política. Ya cayó Artur Mas en el error de creer que una manifestación, por muy numerosa y colorista que aparente, responde a la representación del cuerpo social, con las nefastas consecuencias para los ciudadanos de todos sabidas. Hoy por hoy, en una situación económica muy delicada, la región ha tenido que prorrogar los presupuestos y desatender obligaciones financieras y sociales. Sin la creación del Fondo de Liquidez Autonómica, impulsado por el Gobierno de Mariano Rajoy, Cataluña hubiera entrado en bancarrota, falta de crédito. En efecto, el yerro de Mas le llevó a un pacto indeseable con los extremistas de la izquierda separatista que, ahora, como es normal, le exigen su exacto cumplimiento. Lo mismo reza para la manifestación de anteayer. Ni representa la voluntad de todos los catalanes, puesto que el único cauce de expresión democrática está en las urnas, ni puede dársele más valor político del que tiene una movilización amparada por el derecho de manifestación, por más que haya sido organizada con la aquiescencia, cuando no el apoyo descarado, de las instituciones autonómicas en favor de unos movimientos que llevan años ocupando los espacios públicos, en los que ejercen una presión asfixiante para quienes no comparten sus objetivos. Y así, una vez equivocado el diagnóstico, es improbable hallar una terapia adecuada. Por muy efectistas que resulten la apelaciones al maximalismo y a las soluciones radicales, importa mucho más mantener la cabeza fría, que es lo que a nuestro juicio está haciendo el Gobierno de la nación, sin entrar en la provocación, en ese cuerpo a cuerpo tramposo que proponen los independentistas. Entre otras cuestiones, porque el Gobierno no puede plantear exclusiones o dobles raseros entre los ciudadanos de cualquier parte de España, que son iguales en derechos y deberes ante la Ley. Esa actitud excluyente sí es patrimonio y práctica de los independentistas, a quienes no interesan lo más mínimo los deseos y sentimientos de millones de catalanes que no tienen interés alguno en romper la nación. La gestión política de los errores de Artur Mas, de ese camino a ninguna parte, sólo puede ejercerse desde la legalidad y el acomodamiento estricto a las leyes constitucionales, que obligan a todos, incluso a los independentistas.
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