Crisis económica

Mazazo al turismo español

Iberia y Paradores Nacionales son en el imaginario de los españoles mucho más que dos empresas del sector turístico. Sentimentalmente, se consideran propias de España, por más que la primera lleve más de una década privatizada y forme parte de un gran holding internacional, y han sido las abanderadas del buen hacer español en la industria turística mundial. Decir «Iberia» o «Paradores» era hablar de buen trato, calidad y augurio de un bello país. Por todo ello, los conflictos laborales que afectan a dos empresas que son buque insignia del sector tienen una repercusión extraordinaria dentro y fuera de nuestras fronteras, lo que supone un mazazo a la marca España y al conjunto del turismo nacional. Y más cuando se producen en un momento de temporada alta tan sensible como son las Navidades. Por lo tanto, más que discutir sobre el derecho a la huelga de sus trabajadores, de lo que se trata es garantizar la viabilidad de unas empresas importantes para la economía española pero que, hoy por hoy, pierden mucho dinero por la contracción de la demanda y, en el caso específico de Iberia, la competencia de las nuevas aerolíneas «low cost», el precio de los combustibles y las disposiciones medioambientales de la Unión Europea que priman al ferrocarril como transporte de pasajeros en distancias inferiores a los 900 kilómetros. Ayer, la secretaria de Estado de Turismo, Isabel Borrego, recordó que en 2004 la red de Paradores estaba saneada y bien gestionada, con 20 millones de euros de beneficios anuales, un fondo de maniobra de 14 millones, y más de 57 millones invertidos en bonos del tesoro y deuda pública. Pero que en 2011, se encontraron con que había pérdidas de más de 35 millones en un año y más de 77 millones de deuda. En estas circunstancias, no parece que las huelgas declaradas por los sindicatos sean el mejor camino para corregir la situación. Muy al contrario, aumentarán las pérdidas y comprometerán el futuro de las empresas. Es preciso, como no se cansa de repetir el Gobierno, que las partes en conflicto negocien planes de viabilidad creíbles, que den flexibilidad a las empresas para que se adapten a las fluctuaciones del mercado y a la presión de la competencia. Porque España no puede permitirse el lujo de dejar caer dos de sus emblemas internacionalmente más conocidos en lo que es su principal industria. Se deben buscar fórmulas de consenso, que huyan de los maximalismos del «todo o nada», con la confianza en que la situación económica mejore y se recuperen los niveles de consumo anteriores a la crisis. Todo menos tirar la toalla y resignarse a un conflicto laboral de gran alcance que pondrá en peligro, no hay que dudarlo, la propia existencia de las empresas. No serían ni la primera compañía aérea ni la primera red hotelera que quiebran en el mundo.