Política

Erik Martel, embajador de España: «El acuerdo alcanzado en Bruselas sobre Gibraltar es un empaste»

Enviado de Exteriores al Campo entre 1979 y 1985, este diplomático sostiene que el pacto negociado en la UE puede ser invalidado por la «falta de simetría» en las concesiones

El diplomático Erik Martel
El diplomático Erik MartellarazonLa Razón

Erik Martel (Las Palmas, 1935) lleva toda la vida cruzándose con Gibraltar. Miembro de la carrera diplomática desde 1965, en su primer destino en Pakistán colaboró para obtener su voto como miembro de la Commonwealth a favor de las tesis españolas en la ONU. Más tarde, entre 1979 y 1984, fue el delegado especial del Ministerio de Exteriores en el Campo de Gibraltar. La Verja llevaba cerrada una década y su cargo era, técnicamente, cónsul adjunto en Tánger. También le tocó negociar varios tratados como subdirector general de convenios en el seno de la UE relativos al Peñón. Autor de «Gibraltar: la hora de la verdad», este embajador de España es una de las voces más interesantes cuando se trata de entender un intrincado conflicto que hunde sus raíces en el Tratado de Utrecht de 1713.

¿Qué le parece el acuerdo presentado el mes pasado en Bruselas?

Yo, si no he negociado 30 tratados, no he negociado ninguno. Aquí lo difícil es el texto, que no existe todavía. El diablo está en los detalles; que si esta coma no, que si esa palabra no, que si falta simetría...Por ahora todo se trata de un «empaste». Y si no hay cesiones proporcionales, los tratados incluso pueden volverse inválidos. No digo que tengan que ser exactamente iguales, pero sí al menos equilibrados.

Albares ha dicho esta semana que el tratado estará en octubre.

Vamos a seguir el juego de Sánchez. Imaginemos que, efectivamente, se alcanza un acuerdo y todo es maravilloso. Dicen: «Cada país reserva su postura respecto a Gibraltar». Eso está muy bien. Pero, ¿qué ocurre? Que los ingleses reservan la postura y se quedan con Gibraltar. Nosotros también «reservamos» la nuestra, pero se lo damos a ellos. Falta simetría total. Entendería que se dijera: «España reserva su postura respecto a la soberanía». Eso implica que avanzamos a la par, no que ellos ganan posiciones mientras nosotros esperamos.

¿Cómo recuerda su paso por el Campo de Gibraltar como delegado del Gobierno?

Llegué al Campo en el año 79. La Verja llevaba 10 años cerrada, desde el 69. Naciones Unidas había dicho claramente que aquello debía devolverse a España. Y los teníamos acorralados internacionalmente. Cuando el Gobierno de Felipe González la reabre en el 82, teníamos a Gibraltar arrodillado. Los ingleses estaban dispuestos a pagar por su base nuclear, estaban contra las cuerdas. Y, económicamente, también. Mantener esa base les costaba muchísimo.

Cuando usted llega en el 79, ¿qué se encuentra?

Mi misión era formar parte de una Junta Comarcal donde estaban representados todos los Ministerios implicados en el desarrollo del Campo. La idea era: Campo rico, Gibraltar pobre. Recuerdo que cuando venía el entonces ministro de Exteriores, Fernando Morán, y otros del Gobierno socialista yo los invitaba a hablar en ese foro y ellos me consideraban «colega», no compañero. Porque «compañeros» eran los del partido. Paralelamente, mi misión «bajo cuerda» era espiar a Gibraltar, contactar con gente. Me encontré con un grupo llamado «Los Palomos», liderado por los hermanos Triay. Eran gibraltareños que querían negociar con España porque veían que su situación era insostenible.

¿Eran «colaboracionistas»?

Desde el punto de vista gibraltareño, patriotas. Querían lo mejor para los suyos. Uno de ellos me dijo: «Gibraltar tiene 30 soluciones, todas en manos de España». Al principio pensé que me tomaba el pelo. Pero al final de mis cinco años allí, le di la razón.

¿Y cómo acabó aquello?

Que cada vez que venía el PSOE, desmontaba la posición española. Abrimos la verja gratis. Yo decía: vale, si la abrimos, hay que tener una política. Si la cerramos, también. Pero no improvisar sobre la marcha. Luego el ex presidente Aznar casi logra un acuerdo de cosoberanía, que también se cargaron... ¿A cambio de qué? No lo sé. Y ahora, con el Brexit, vuelven a estar arrodillados y lo volvemos a desperdiciar.

El 95% de los gibraltareños votaron contra el Brexit en 2016.

Claro. Le cuento una anécdota: Stalin, enfadado con los británicos, mandó a su ministro Molotov a decirles que se mudaran de embajada. El embajador inglés aceptó «encantado». Pasaron los años, murió Stalin, y los ingleses seguían en el mismo sitio. Pues igual: los ingleses no se van de Gibraltar ni locos.

Y, mientras, ¿no puede haber prosperidad compartida?

Prosperidad compartida es la tostada con mantequilla por ambos lados. Gibraltar recibe lo mejor de Europa y de Inglaterra. Y nosotros, a mantenerlos. La Línea tenía un potencial enorme. Pero, claro, si mañana le decimos a El Corte Inglés que puede vender sin IVA, se lleva todo. Gibraltar hace eso: vende sin impuestos.

¿Cómo era vivir en el Campo de Gibraltar con la Verja cerrada?

Era un muro. Se vivía muy mal. Había un ciclista que decía que llevaba roca todos los días desde La Línea a Gibraltar, para reconstruirlo «piedra a piedra». En realidad, lo que pasaba era que metía una bici nueva cada día para venderla. Así no se puede vivir.

Ese símbolo tan potente va a desaparecer físicamente.

Es un engaño. La Verja en sí no es el problema. Cuando se casó Alfonso XIII con la Reina Victoria decidieron celebrarlo en 1909 poniendo una cancela, más que una verja. Para controlar mejor el tráfico, decían. Pero la verja de verdad está detrás, que es el aeropuerto. Es un engaño detrás de otro. Lo que hay que mirar es lo que representa, no la verja en sí.

Las teorías sobre su creación por los ingleses son variadas.

Nosotros firmamos el Tratado de Utrecht en 1713, que negoció en realidad el rey de Francia. Ahí hacemos unas concesiones. Las territoriales están claras. Hay un sitio donde termina Gibraltar, donde está el puerto y las aguas. Y eso es lo que cedemos. Hubo dos epidemias de fiebre amarilla, la primera en 1850. Entonces, nos piden que si no nos importa que pongan unas tiendas para los moribundos y los enfermos en la primera parte del istmo. Fíjese lo finos que eran que dijeron que, para que España viera que no tenían ninguna intención de invadir terreno, iban a poner las tiendas sobre unos pilotes para que no tocaran suelo español. Esa fue su forma de decir: «No queremos invadir». Pero fue el inicio de la expansión ilegal en el istmo.

¿Y en cuanto a la base? ¿Seguirá ahí ad aeternum?

Hombre, claro. Claro que seguirá. La verdad es que la razón por la que los ingleses están allí es, simplemente, la base. Es una base nuclear, con todo tipo de artillería atómica. No sé por qué no protestamos más. Porque cuando se mete un submarino atómico, que puede provocar un «Chernóbil» ahí mismo para ser reparado... Desde el punto de vista estratégico, eso nos resta muchísimo poder de negociación con otros países. Podríamos hacer lo que quisiéramos; para empezar, poner controles, dificultar el paso de los submarinos por aguas españolas. Los submarinos pueden ir por los estrechos siempre y cuando vayan en superficie, emergidos. Pero tienen que pasar por aguas puramente españolas. Y nosotros les dejamos. El día que pongamos pegas será otra cosa.

¿No va a mejorar la vida de los españoles de La Línea?

Mire usted, con Franco no teníamos más que 100.000 parados, no millones. Se montaban fábricas, industrias. Y, si no, la dignidad de España permitía hacer sacrificios. Hoy hablamos de 15.000 obreros, que ni siquiera son tantos. La cifra real es más bien de 7.000 u 8.000, muchos de los cuales ni siquiera son españoles, sino marroquíes o de otras nacionalidades. Así que ese no es el problema. El asunto está en que La Línea tiene un futuro, pero hay que explotarlo. Y eso implica inversión estatal, que no ha existido nunca. El Gobierno no ha invertido en La Línea.

¿Cómo ha visto la evolución de La Línea desde el 79?

La Línea ha mejorado, sí, pero nos encontramos con que la mejora es muy desigual. Gibraltar tiene una de las rentas per cápita más altas del mundo, quizás 80.000 dólares al año. La Línea, con suerte, llega a 10.000. Son dos mundos distintos. Uno es primer mundo. El otro, segundo mundo. Y eso es gracias a Gibraltar. Con todos los privilegios fiscales que tienen absorben toda la economía de La Línea.

Usted acaba de estar por allí. ¿Cómo ha sentido a la gente después del anuncio?

La gente está entre ilusionada y triste. Hay desconfianza tras 15 años de promesas. Y es que no tiene sentido. Primero hablan de que no es un tratado internacional, sino un pacto político. Eso quiere decir muchas cosas. Un pacto del PSOE, que está en el Gobierno, pero no tiene legitimidad internacional. ¿Y qué pasará cuando cambie el Gobierno? ¿Qué opinará el PP? Eso es lo que se preguntan en Bruselas. ¿Tienen el apoyo legal para firmar ese acuerdo? Porque hay que votarlo en el Parlamento británico y en el español.