Política

Moción de censura contra el PSOE

La Razón
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La moción de censura contra Mariano Rajoy que Unidos Podemos anunció ayer es la tercera de la democracia y, como en las anteriores, también fracasará. En esta ocasión, tiene una peculiaridad que nos da pie a pensar que es una iniciativa en manos de un partido irresponsable: no existe un candidato alternativo al actual presidente del Gobierno y ni siquiera ha sido presentada en la Cámara esta trascendente medida parlamentaria. Los 71 diputados obtenidos por el partido de Pablo Iglesias en las elecciones generales del 26 de junio han permitido que esta formación pueda presentar mociones de censura, ya que dispone de la décima parte de los parlamentarios –es decir, 35–, una prerrogativa que hasta ahora sólo disponían, dado su número de escaños, PP y PSOE. Podemos hace uso de ella ahora sin posibilidades de que prospere y con una falta de solidez en los motivos esgrimidos –«estamos viviendo un estado de excepción democrática»–. Todo indica que sólo se trata de una operación propagandística más. Digamos que el «Tramabús» quiere aparcar dentro del Congreso. Nos tememos que ni siquiera es una moción contra Rajoy, sino contra el PSOE, cuyos votos son imprescindibles –además de los de Cs– para que triunfe. Si su objetivo es dejar en evidencia a los socialistas al negarse a «sacar al PP del Gobierno» –según es la jerga empleada, más propia de un escrache parlamentario–, la jugada es burda y demuestra un escaso fundamento moral y un aprovechamiento desleal de las instituciones para su «agitprop». No queda tan lejos cuando Iglesias se negó a facilitar un gobierno con Pedro Sánchez, él como todopoderoso vicepresidente y el apoyo de Albert Rivera. Querer reproducir aquella nefasta alianza en una moción de censura sólo demuestra la pérdida del sentido de la realidad del líder de Podemos, como así lo demuestra el hecho de emplazar al PSOE a apoyarla cuando los socialistas están en un pleno proceso de primarias, sin líder y en una guerra abierta entre los candidatos a la Secretaría General. No se nos escapa que entre las intenciones de Iglesias está la de interferir en las primarias, dividir aún más a los socialistas y situar un falso debate sobre el futuro del inquilino de La Moncloa. Horas antes del anuncio de la moción, Pedro Sánchez pedía la dimisión de Rajoy, pero sin concretar cuál sería la mayoría que sustituiría al actual Gobierno. Está claro que en esta operación interesa más el golpe de efecto que lo que supone una medida de este calibre: no hay que olvidar que, de salir ganadora la moción, supondría que de manera automática el candidato sustituiría al actual presidente. La moción de censura está regulada por el artículo 113 de la Constitución y obliga en su tramitación a de «incluir un candidato a la Presidencia del Gobierno». Por lo tanto, todo indica que o Iglesias se presenta como candidato o no habrá nadie que quiera asumir el ridículo de querer arrebatarle la presidencia a Rajoy sin disponer de los apoyos necesarios, degradando el Parlamento a un espectáculo de ínfima calidad democrática. Pero el sentido del ridículo es un concepto que invita al relativismo, por lo que debemos estar preparados ante el hecho de que Podemos la presente, sea aceptada por la Mesa del Congreso –sólo con confirmar que la apoya una décima parte de los diputados y que cuenta con candidato–, la admita a trámite y veamos a Pablo Iglesias en la tribuna presentándose como aspirante a La Moncloa si más apoyo que sus 71 diputados. El candidato tiene la obligación de presentar un programa de gobierno, pero esto es lo de menos: a Podemos no le interesa el futuro de España.