Crisis del PSOE
Oportunismo de Rubalcaba
Aunque en un mundo ideal cabría esperar otra cosa de un político con la responsabilidad y la experiencia del secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, el líder socialista es muy dueño de dar credibilidad a unos papales apócrifos y de respaldar maniobras de acoso por parte de presuntos implicados en asuntos turbios de corrupción. Es una elección en cierto modo comprensible, dada la delicada situación interna por la que atraviesa su partido y el permanente cuestionamiento de su liderazgo, tras una derrota electoral de grandes proporciones. La búsqueda de un objetivo exterior para tapar problemas propios es una táctica habitual, casi siempre llamada al fracaso. En cualquier caso, al secretario general de los socialistas le asiste el derecho a pedir la dimisión del presidente del Gobierno y reclamar los apoyos parlamentarios que pueda reunir para llevar adelante el único procedimiento parlamentario previsto en nuestra democracia: la moción de censura. Existen, claro, otros procedimientos para tumbar a un Gobierno legítimo que, además, goza de una mayoría absoluta y cualificada en ambas cámaras, el Congreso y el Senado, pero no creemos, sinceramente, que Alfredo Pérez Rubalcaba esté por esa labor. Pero el problema de sus declaraciones de ayer, en las que deslegitima al presidente del Gobierno y le convierte en un «lastre», así, textualmente, para la recuperación de España, es el riesgo de las profecías autocumplidas. Cuando las sedes del Partido Popular vuelven a ser objetivo de los grupos de presión izquierdistas, modus operandi en el que la izquierda española siempre ha demostrado una técnica magistral, y el insulto y la injuria agitan las redes de propaganda sin el menor pudor, la descalificación personal llevada a cabo por Rubalcaba puede ejercer de peligroso efecto multiplicador. No vale todo en política y todavía sonroja el espectáculo oportunista y sectario de la jornada de reflexión de las elecciones del 14 de marzo de 2004. La situación económica y social en España es lo suficientemente compleja como para exigir a todas las partes un mayor ejercicio de responsabilidad y serenidad. El Gobierno de España, que preside Mariano Rajoy, es, muy al contrario de lo que opina Rubalcaba, un Ejecutivo «fiable, fuerte y confiable» que ha tenido que desarrollar una labor titánica para reconducir un país hundido económica y financieramente, con el desgaste que podría suponerse. Pero es un Gobierno legítimamente surgido de las urnas que cuenta con el respaldo inequívoco del partido que lo sostiene parlamentariamente, algo de lo que no puede presumir Rubalcaba, y que ha rechazado claramente las acusaciones de corrupción. En democracia, las urnas tienen su tiempo, no vale buscar atajos para cambiar los resultados.
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