Presidencia del Gobierno
Rajoy se ha ganado la confianza
En un momento tan grave como el actual, resulta más necesario que nunca apoyar al Gobierno de todos en la defensa de la Constitución, las libertades y la integridad de nuestro país. Mariano Rajoy tiene una muy larga experiencia al servicio del Estado, así como de gestor y responsable de la acción política, tanto en su partido como en el gobierno. Cumplió fielmente las tareas que recayeron sobre él como ministro, y fue testigo directo y leal en horas tan complejas como las del compromiso de nuestro país en la Guerra de Irak y tan críticas, y amargas, como las del 11-M. Ya como presidente de Gobierno, asumió casi en solitario lo que para muchos era un imposible, o un suicidio, como fue negarse al rescate de la economía española por las instituciones europeas. Entonces se escucharon las mismas voces y los mismos argumentos que en estos días. Mariano Rajoy puso el mismo empeño en sacar adelante una reforma laboral gracias a la que hemos superado un inmovilismo de décadas y ha permitido a la economía española crear empleo como nadie lo está haciendo en el resto de la UE. Sacó adelante una reforma financiera después de muchos años de dinero fácil, y gracias a una política de contención del gasto ha hecho posible que la economía española se recupere de la peor recesión que se recuerda sin poner en peligro –al revés, asegurándolo– el Estado de bienestar.
Todo esto parece palidecer ante el desafío de los independentistas catalanes. Sin duda que esta es una crisis particularmente grave, de dimensiones históricas. Ahora bien, también conviene recordar todo lo que el Gobierno ha hecho, bajo la dirección de Mariano Rajoy, para evitarla: desde garantizar los servicios públicos de una Generalidad quebrada para que los ciudadanos catalanes no padecieran, en la medida de lo posible, la irresponsabilidad de sus propios gobernantes, hasta aislar en el exterior a una administración «catalana» empeñada en presentarse como interlocutor. Todo eso, que ha sido un éxito, se ha realizado siempre con espíritu de concordia y colaboración con las fuerzas políticas. Con las catalanas, que nunca, ni una sola vez, han tenido cerradas las puertas de la Moncloa, y con las nacionales, con las que Mariano Rajoy ha estado dispuesto a dialogar siempre.
Mariano Rajoy ha dado también muestras sobradas de que para él la continuidad es un elemento esencial de la acción de gobierno. Por eso ha respetado, siempre que no fuera un elemento clave de su propia política, el legado de sus antecesores. Nosotros hemos creído, con él, que esta combinación de respeto a lo ya realizado y de apertura a la colaboración con todos es la mejor forma –probablemente la única– de hacer avanzar una sociedad por el camino de la estabilidad y la prosperidad. Habrá quien lo llame falta de iniciativa, y habrá quien eche de menos un liderazgo más contundente o más emocional. Nosotros preferimos la prudencia y, en la medida de lo posible, la ausencia de retórica y de histrionismo. No creemos que esas actitudes ayuden a resolver las cosas. Más bien al revés.
Los límites de cualquier diálogo vienen marcados por dos cuestiones. Una de ellas es la Constitución, que no puede ser conculcada bajo ninguna circunstancia. Respaldamos por tanto al Presidente del Gobierno en su negativa a aceptar el trágala y las sistemáticas violaciones de la legalidad llevadas a cabo por la Generalidad y las instituciones catalanas. El otro límite es el del acuerdo de las fuerzas políticas constitucionalistas.
Nos encontramos ante un desafío que requiere una respuesta nacional, el compromiso firme y leal de todos los partidos que se identifiquen con la Monarquía parlamentaria, con la nación y con la Constitución. No nos gustan las decisiones unilaterales, en particular las soluciones mágicas, de esas que prometen solventar los problemas a fuerza de decreto y puñetazo en la mesa. Respaldamos, en cambio, una política que haga de la unidad de las fuerzas nacionales el eje de la respuesta a la secesión independentista. Nunca se ha ensayado este planteamiento en el llamado problema catalán y por eso, muy probablemente, hemos llegado a este punto. Pues bien, ha llegado el momento de hacerlo.
No es un camino fácil. Requiere un temple muy particular, del que Mariano Rajoy ha dado muestras sobradas, y una confianza muy profunda en la racionalidad y los recursos del conjunto de la sociedad española, también de sus líderes políticos. Y siendo como es una respuesta compleja, alejada de cualquier simplificación, necesariamente incurrirá en errores, a veces graves. Los señalaremos cuando creamos que se han cometido, pero también manifestamos nuestra disposición a apoyar a un Gobierno empeñado en buscar una solución nacional pactada. También creemos primordial que el Gobierno siga dispuesto a tener en cuenta al conjunto de la sociedad catalana: tanto la que se siente desconcertada por la temeridad de sus gobernantes como aquella otra que siempre
–insistimos, siempre– ha sido orillada por los gobiernos centrales. No vale pasar de la cesión permanente ante el nacionalismo a exigir la intervención como una panacea. Hay que encontrar respuestas nuevas para un desafío nuevo, aunque también muy viejo: tanto, que nadie había hecho nunca nada por resolverlo como se debe hacerlo.
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