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Terror a las puertas de España
Túnez, el país donde se inició la llamada Primavera Árabe y el único del ámbito musulmán en el que se ha producido con éxito la transición desde una dictadura personal a la democracia parlamentaria, se halla en el punto de mira del terrorismo islamista, con mayor intensidad desde la victoria electoral del partido Lidi, laico y europeísta. Más de sesenta soldados y policías tunecinos han muerto desde julio de 2014, como tributo a la lucha contra el extremismo de Al Qaeda y, ahora, del Estado Islámico, muy reforzados en armas y hombres desde el proceso de descomposición sufrido por su vecina Libia. Este esfuerzo por preservar el incipiente régimen de libertades comenzaba a dar sus frutos y la recuperación de los niveles de seguridad ciudadana, sobre todo en las grandes ciudades de la costa, había propiciado un retorno del turismo internacional, que es su principal fuente de divisas. El ataque terrorista de ayer, que ha costado la vida a una veintena de personas, la mayoría turistas extranjeros –entre los que hay, al menos, dos españoles–, supone, por lo tanto, un golpe demoledor para la economía tunecina y, al mismo tiempo, confirma el cambio de estrategia del yihadismo islamista en el norte de África, que va hacia el mismo patrón que el seguido en los países de Europa occidental, con ataques mortíferos llevados a cabo por uno o dos asesinos que tienen tomada de antemano la decisión de suicidarse. Para la Unión Europea, la desestabilización de un país como Túnez, situado a las mismas puertas de España, supone una amenaza mayor que, desafortunadamente, no puede descartarse. Aunque la sociedad tunecina, muy occidentalizada, ha expresado con claridad que quiere formar parte del mundo libre y prosperar en democracia, sin que ello suponga renunciar a sus costumbres y religión, también alberga en su seno un poderoso sector islamista, directamente vinculado con el yihadismo internacional. No en vano, de Túnez procede el mayor número de voluntarios para combatir en Siria e Irak con las filas del Estado Islámico, y el principal grupo terrorista tunecino, dirigido por Lokman Abu Sajr, ha jurado lealtad al califato. Occidente debe ser consciente de que la lucha contra el terror tiene que librarse tanto dentro de sus fronteras, con medidas de prevención tan eficaces como las que ha llevado a cabo España, como en el exterior, apoyando con generosidad a los gobiernos árabes que, como el tunecino o el marroquí, se hallan en primera línea de combate; pero, también, interviniendo directamente en aquellas zonas que, como Libia o Somalia, carecen de un Estado digno de ese nombre. Es mucho lo que nos jugamos en este envite global, que se presenta como el mayor desafío para la democracia occidental desde la caída del comunismo.
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