Reformas en Cuba
Un comunista fiel al castrismo
Con toda seguridad, porque a la tiranía castrista no le gustan las sorpresas, hoy será elegido como presidente de la República de Cuba el actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel. Se trata, ciertamente, de un relevo generacional, pero nada más. El candidato, cuya sola mención en la lista provocó el entusiasta aplauso de los 605 diputados que integran la Asamblea Nacional, es un típico producto del aparato del partido, en el que ha hecho toda su metódica carrera, y ya ha dicho que su programa político se basará en la continuidad. Hay pocos datos, sin embargo, que ayuden a explicar la personalidad del nuevo presidente cubano. Aunque con sus 57 años representa a la generación nacida después del asalto al cuartel de Moncada, que es el hito fundador de la Revolución castrista, su trayectoria, que incluye el preceptivo paso por el Ejército y una temporada de servicio en el exterior, en Nicaragua, como asesor de Información del régimen sandinista, ha sido perfectamente académica y, de hecho, nunca dio que hablar, ni siquiera cuando sus compañeros de promoción, Felipe Pérez Roque, –también ingeniero electrónico como Díaz-Canel– y Carlos Lage, fueron defenestrados en 2009. Es cierto que la férrea estructura estatal de la isla caribeña deja poco margen de actuación a su nuevo presidente. Raúl Castro, como primer secretario del Partido Comunista Cubano, detenta el poder real, al menos hasta 2021, y se mantiene como miembro del Consejo de Estado al general Leopoldo Cintra Frías, ministro de las Fuerzas Armadas, leal a los Castro y el hombre fuerte del brazo militar de la Revolución, que cada vez tiene mayor influencia en la economía y los organismos sociales cubanos. No hay, pues, que esperar grandes cambios en la esencia del gobierno del país, mucho menos abrigar esperanzas de una apertura hacia un modelo democrático occidental que es, por su cultura y tradición, el que correspondería disfrutar a los cubanos. Sin negar algunos avances en el rígido modelo productivo comunista, que, sin embargo, han dado menos fruto de lo esperado, entre otras razones, por la inconsistencia de la política económica seguida por el régimen, la población de la antigua isla española sigue sumida en la escasez de los productos básicos, castigada por el mercado negro de divisas y con muchos sectores del país sufriendo todavía los efectos de la pasada temporada de huracanes, que golpearon con saña las infraestructuras turísticas, que son una de las escasas fuentes de ingresos exteriores del régimen. En muchos aspectos, la situación recuerda a la del «período especial», que siguió a la crisis provocada por la caída del comunismo soviético. Ni siquiera es seguro que La Habana pueda mantener a largo plazo el suministro de petróleo barato que le proporciona el régimen de Nicolás Maduro, que ha sido uno de los principales instrumentos financieros –junto con las remesas de los millones de cubanos exiliados en Estados Unidos y en Europa–, con los que se ha desenvuelto el Gobierno comunista en las últimas décadas. Lo más probable es que el nuevo presidente de Cuba, que será recibido en los habituales círculos progresistas europeos como anhelada muestra de la voluntad de cambio de la dictadura, aborde algunas reformas cosméticas que, sin embargo, no irán más allá del eslogan. Raúl Castro, no hay que dudarlo, ha elegido a un sucesor joven, pero sin la personalidad y la trayectoria política suficiente para hacerle sombra. Los fundamentos de la Revolución no se tocan, al menos mientras el último de los Castro esté vivo y al frente del partido comunista, que, no lo olvidemos, es el único autorizado en la isla y al que todos deben obediencia. El presidente Díaz-Canel, también.
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