Violencia de género
Un frente común contra la violencia de género
Pocas horas antes de que comenzara el Día Internacional contra la Violencia de Género que se conmemora hoy, conocimos la última muerte. Un total de 39 mujeres han fallecido en lo que va de año víctimas de la violencia machista. La de ayer era una joven de 26 años que fue degollada por su pareja en la localidad madrileña de Fuenlabrada y que nunca antes había denunciado acoso o maltrato. En realidad, no existe un perfil de víctima ni de maltratador. Sucede en todos los estratos sociales, en todas las ciudades y todos los meses del año. Es una lacra que no tiene patrones, tan solo quizá señales de alarma comunes que deberían hacer reaccionar a las víctimas antes de que fuera demasiado tarde.
La arbitrariedad sociológica de este fenómeno es lo que lo hace tan difícil de combatir. Por eso la prevención y la sensibilización resultan dos armas clave en la lucha contra una realidad terrible que en los últimos 13 años ha segado 866 vidas. Es cierto que el delito es igual de deplorable sea cual sea el número de víctimas, pero desde hace tres años la tendencia descendente hace albergar ciertas esperanzas, un pronóstico que se confirma cuando comparamos nuestra situación con la de Francia o Italia. También hay que reconocer que hemos avanzado en el debate público, y ya no es un tabú. Y si hay algo que anima las expectativas es la sustancial mejora del comportamiento de la clase política. Desde que en 2004 se aprobara la primera Ley contra la Violencia de Género con el apoyo sin precedentes de todo el arco parlamentario, el consenso ha ido en aumento. La asunción de este asunto como un tema de Estado fue pedido desde estas mismas páginas justo antes de las elecciones generales del 20-D, y ahora está muy cerca de ser un hecho consumado. El PP y el PSOE se comprometieron a principios de noviembre a alcanzar un gran pacto para avanzar en la erradicación de este tipo de delitos. No se descarta reformar la citada ley si fuera necesario, pero sobre todo se trata de involucrar a todos los actores posibles, desde las instituciones a la sociedad civil y las Fuerzas de Seguridad. Todo esfuerzo es poco cuando se trata de poner coto a un fenómeno con tanto impacto y en ámbitos tan dispares como la violencia machista.
No nos cansaremos de insistir en la enorme importancia de poner el foco en la educación. Se puede afirmar que vamos por el buen camino cuando las nuevas generaciones incorporan a sus códigos de comportamiento valores tradicionales que siempre han hecho de guía. Es un trabajo diario que debe comenzar en el núcleo familiar. No podemos pretender que los jóvenes adopten en sus relaciones comportamientos y roles que no han visto en su casa. El maltrato sólo engendra maltrato; es una espiral que se cronifica si no se ataja lo antes posible. Para romper este círculo vicioso, resulta indispensable la formación. Cuanto mayor nivel de autonomía económica alcance la mujer gracias a su trabajo, más libres serán sus decisiones. Una circunstancia que redundará, indefectiblemente, en una mayor seguridad.
Somos conscientes de la enorme complejidad de la amenaza y de los mayúsculos retos que plantea. Es un camino difícil que merece la pena recorrer con la mirada puesta en el medio plazo. Hay que decidir en qué país queremos convertirnos y no cejar en el empeño hasta parecernos lo más posible a él.
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