Papel
Una negra España municipal
La constitución de los ayuntamientos, con la irrupción del frente populista en un número sustancial de los mismos, deja un mapa municipal inquietante para la estabilidad de las instituciones, la prosperidad de los ciudadanos y la recuperación de la economía. Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, La Coruña o Cádiz, entre otras, son el símbolo de esa convulsión. La extrema izquierda se benefició de una política de acuerdos motivados por el objetivo común de desbancar al PP de los que el PSOE tendrá que responsabilizarse. Los socialistas vendieron lo sucedido ayer como una victoria del cambio que salió de las urnas, pero saben que no es verdad. Pedro Sánchez está en su derecho de presumir de gobiernos locales, de jactarse de números, pero es hacerse trampas en el solitario. Si algo quedó claro en la jornada, es que Podemos y Pablo Iglesias se erigieron en la gran referencia de la izquierda, algo que el propio líder populista capitalizó cuando aseguró que serán el «espacio de confluencia» para ganar las generales. Sánchez se abrazó a un acuerdo de perdedores hasta quedar diluido en una macedonia de siglas, y renunció de facto a ser partido de gobierno para transformarse, en efecto, en una suerte de formación bisagra de la izquierda. No es una buena noticia para el PSOE, pero tampoco para España, y alguien en el socialismo debería reflexionar sobre ello. Para el PP, se certificó una pérdida de supremacía significativa, que aboca al partido a asumir labores de oposición en importantes feudos tras largos mandatos. Son años para ganarse de nuevo la confianza perdida desde la seguridad de que el control de la gestión de la izquierda será clave. Con todo, convendría tener presente que los populares gobernarán en una veintena de capitales y 3.000 ayuntamientos y que son la primera fuerza política en 40 capitales y muchos municipios. En cualquier caso, España no está hoy mejor que ayer, sino muy al contrario. Por las formas y por el fondo. La izquierda, con el PSOE y Podemos y el apoyo de los nacionalismos separatistas, ha impuesto esa nefasta forma de hacer política que consiste en aislar a un partido democrático como el PP y a los millones de personas que lo apoyaron después de un mercadeo para desbancar a la lista más votada en una secuencia con una dignidad democrática irrelevante. Pero también falla el fondo en estos frentes populistas. Parten de la premisa de que son ellos los que dignifican el Estado de Derecho y las instituciones y que sin ellos no hay libertad ni derechos. Son gente, con alguna excepción, que se identifican con el chavismo y el castrismo y cuya trayectoria no es ajena a la desobediencia, el incivismo e incluso la violencia. Ha nacido una casta que pretende reinterpretar el Estado de Derecho y alentar la democracia popular que ni es democracia ni es popular. Siempre con el pueblo, pero sin el pueblo.
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