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Elogio inútil y actual de la liturgia

«La salmodia monocorde del gregoriano es la banda sonora imbatible de la procesión de purpurados en Roma»

Joseph Ratzinger (1927-2022), Benedicto XVI, ya escribió antes de ser Papa: «Estoy convencido de que la crisis de la Iglesia que vivimos hoy se debe, en gran medida, a la desintegración de la liturgia». Jorge Mario Bergoglio (1936-2025), Francisco I, ha sido, cuando menos dubitativo con la que Ignacio Varela acaba de definir como «prodigiosa capacidad litúrgica» de la Iglesia. Domingo Ramos-Lissón (1930-2016), teólogo, profesor de historia de la Iglesia en la Universidad de Navarra y coautor del libro «Diccionario de los Papas y los Concilios», definía la liturgia como «la acción ritual que manifiesta la presencia de la obra divina de la salvación bajo el velo de los símbolos». La liturgia, sin embargo, es muy anterior a la Iglesia. En tiempos de Demóstenes (384-322 AC) están identificados en Grecia 97 citas litúrgicas anuales, que llegaban a las 118 en años panatenaicos –cuatrienal–. El Imperio Romano también tuvo su liturgia y la Iglesia sacralizó una buena parte. Un camino similar siguieron otras religiones, como también las monarquías e incluso, bastantes repúblicas, entre las que ahora destaca la francesa.

La Iglesia Católica, quizá porque sintetiza dos mil años de historia, ha sabido combinar con maestría la liturgia, como «símbolo de la obra divina», con una escenificación que ni la mejor producción de Hollywood es capaz de superar, gracias también a unos escenarios tan espectaculares como auténticos. La salmodia monocorde del gregoriano es la banda sonora insuperable de la procesión colorida –púrpura– de los cardenales hacia la basílica de San Pedro o hacia la Capilla Sixtina. La fe en Jesucristo, pero también la más laica en reyes y monarquías, en presidentes y repúblicas e incluso en los ídolos del momento –aunque las comparaciones sean odiosas y escandalicen a muchos–, requiere sus raciones de liturgia y espectáculo –que puede ser sacro–, sin olvidar sus dosis de misterio. El Papa Bergoglio no parecía muy partidario de muchos símbolos que consideraba superfluos. Quería un funeral austero y lo tendrá, pero lo austero también puede ser grandioso y espectacular, no impide pensar y atender a los pobres, y todo sin olvidar que «la crisis de la Iglesia que vivimos hoy se debe, en gran medida, a la desintegración de la liturgia», como pensaba Ratzinger.