Tribuna

La energía, problema básico para España

Debemos caminar hacia una progresiva desregulación de todos los aspectos de nuestra economía, incluida, naturalmente, la energética

En el siglo XIX, tuvo lugar un cambio esencial derivado de la Revolución Industrial: aparecieron, sucesivamente, novedades energéticas radicalmente nuevas, que hicieron desaparecer todas las que, desde prácticamente la prehistoria, habían existido: desde el fuego –basado en productos variadísimos de ignición–, al esfuerzo, humano y animal, o a factores como el viento –baste recordar los molinos que Cervantes señaló en La Mancha–, que condujo a que, con la navegación, se llegase a América, y, gracias al velamen, vincular comercialmente a todo el planeta.

Pues bien, como agudamente señaló Jovellanos, surgió, como base de la nueva energía, el carbón. Y avances de la física hicieron posible la transmisión de la electricidad, más allá de donde se generaba, camino que culminó cuando se comprendió que la materia era una acumulación de energía, ley fundamental que se encuentra detrás de la llamada energía nuclear.

España –como señalaría Flores de Lemus–, cuenta con una orografía perfecta para la producción de energía hidroeléctrica y a ello se sumó su apertura, en tiempo de Isabel II –gracias a impulsos de economistas ajenos a planteamientos proteccionistas–, a la llegada de capitales extranjeros. Por ejemplo, así ocurrió con la huida a España de capitales franceses orientados a la generación hidroeléctrica y vinculados, de diversos modos, a la religión católica. Lo explica Bernis, por el avance de la masonería en Francia, y el nacimiento de la República –en pugna manifiesta con el Papado–, que movieron a la marcha de dichos capitales franceses hacia una región española de catolicismo acendrado como era el País Vasco. Eso explica las raíces que tuvieron después, en España, complementos privados y públicos –como me confirmó, en conversaciones celebradas en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas–, con el Marqués de Casa Oriol, José María de Oriol y Urquijo. Surge, simultáneamente, el tema de la distribución y enlaces, a causa de la salida de muchas aguas fluviales hacia el Atlántico, por Portugal, y el tema complicado de los trasvases, conforme surgió la cuestión de fuertes avances en la agricultura, que exigía, sobre todo, agua para el riego, ampliada con las cuestiones del suministro industrial y del urbano.

Otra revolución interna, dentro de esta revolución iniciada por el carbón y seguida por el agua, fue la de los hidrocarburos, que obligó, por ejemplo, a que España se convirtiese en un gran comprador mundial, y que explica la aparición –desde el sector público–, de la CAMPSA, y –en el exterior–, por ejemplo, de CEPSA. Toda una serie de avances científicos, y el recuerdo de continuas escaseces eléctricas, movieron a la participación de España en instalaciones de energía nuclear.

Todo ello, financieramente, pasó a vincularse con el conjunto nacido de la orientación dada por Cambó –como ministro de Hacienda del Gobierno Maura en 1921–, de la organización crediticia española. Los enlaces del entonces privado Banco de España, la política de redescuento de la deuda pública, y la participación de la banca privada en créditos e inversiones a largo y corto plazo –creando un conjunto financiero-productivo especial–, generaron la aparición, con raíces árabes iniciales, de la OPEP, y crearon un colosal hundimiento de la banca privada española, en los años 70, obligando a plantear cambios radicales en nuestra economía.

Los fundamentales fueron la estatificación del Banco de España, la reorganización del sistema crediticio y la entrada de España en la UE.

Todo esto, y el fuerte incremento productivo que tuvo lugar en España con este cambio, motivaron que las necesidades energéticas se hayan ampliado enormemente, así como la urgencia, para ser competitivos, de unos precios energéticos bajos, y que la llegada de productos energéticos en España sea la adecuada.

Por eso, al desatarse en estos momentos una crisis energética colosal en el mundo, España pasa a tener que centrar su orientación en la existencia de una energía propia y barata. Es necesario tener en cuenta los planteamientos globales, encabezados por la comprobación de que el Nobel acertó en su planteamiento sobre las consecuencias del calentamiento generado por la carbonización de la atmósfera. Eso nos hace estar de acuerdo con la política mundial, y, si la abandonamos, seremos castigados. Esa es la línea oficial de la UE para la marcha de sus empresas. Dependemos, no de lo que hagamos los españoles, sino de las instrucciones que lleguen desde Bruselas.

Apertura al exterior, obligaciones derivadas de esa realidad, tanto pública como privada y en relación con esta última, la convicción de que debemos caminar hacia una progresiva desregulación de todos los aspectos de nuestra economía, incluida, naturalmente, la energética.

Una reunión celebrada el verano pasado de los Cursos de La Granda, dirigida por Arcadio Gutiérrez Zapico, mostró que las investigaciones sobre el cambio climático tienen que ir unidas, forzosamente, a todo lo aquí expuesto.

*Este es el último artículo del profesor Velarde, que escribió puntualmente para su tribuna en LA RAZÓN días antes de fallecer.