Letras líquidas
La era de la «posveracidad»
Cortina advierte que, aunque estemos cada vez más conectados, la comunicación se está deteriorando
Quien más, quien menos en alguna ocasión se ha acercado a la inteligencia artificial. Con curiosidad, con prudencia, entre el recelo y el arrebato, para ampliar horizontes profesionales o para satisfacer necesidades más domésticas, lo cierto es que lo que en tiempos parecía ciencia ficción es una realidad cotidiana con la que convivimos. En la era de la digitalización resultaría absurdo tratar de esquivarla: la IA está presente en todos los ámbitos de la vida que podamos imaginar. Y en los que no, seguramente, también. Consciente de la revolución que genera, Adela Cortina, la filósofa que retrató nuestra sociedad diagnosticándonos de aporofobia, se acerca al análisis de los nuevos desafíos digitales y alerta de los riesgos que entraña. En su libro «¿Ética o ideología de la inteligencia artificial?» (Paidós) reflexiona sobre el exceso de optimismo en torno a sus funciones y capacidades y sobre el peligro de confiar nuestro futuro (o nuestro destino) a sus algoritmos. El eterno pulso entre el hombre y la máquina, la ambivalencia entre el progreso y la destrucción que acompaña al hombre desde el descubrimiento del fuego. Y en la sociedad de la comunicación, paradójicamente, Cortina advierte que, aunque estemos cada vez más conectados, la comunicación se está deteriorando y apunta a la «posveracidad» que nos rodea, más allá de la posverdad, y que sería la mezcla catastrófica de «bulos fabricados» y «mentiras emotivas». Y ahí, en ese punto, se asienta la responsabilidad del periodismo como garante de la honestidad comunicativa y del valor de la información cierta. Algunas iniciativas empiezan a abrirse paso, como la de Editored (Asociación de Editores de Europa, América Latina y el Caribe) que ha presentado un decálogo para el buen uso de la inteligencia artificial en los medios, en el que apela a la ética y a la transparencia, al criterio periodístico y a la investigación como fortalezas contra la desinformación. Un ejercicio imprescindible en la era de la «posveracidad», porque defender el periodismo equivale a defender la democracia.