Editorial

El esperpento nacional y el «caso Rubiales»

Rubiales se irá, porque le sobran deméritos, mientras al fútbol español le urge orden, responsabilidad y sentido común

Luis Rubiales ha convertido su paso por la primera línea de la vida pública en una mascletá incesante con la inesperada traca final de su atrincheramiento en la Presidencia de la Real Federación Española de Fútbol cuando se había filtrado –quién sabe si a modo de presión– su irrenunciable decisión de presentar la dimisión. Nada más lejos de la realidad, aunque el Tribunal Administrativo del Deporte, presionado por el Gobierno, lo apartará del cargo más pronto que tarde. Pero antes de pasar a mayores sobre el escándalo que tenemos entre manos y sus derivadas, debemos dejar sentado que el personaje acumuló merecimientos sobrados para ser depurado de su responsabilidad federativa a lo largo de cinco años de gestión oscura, bronca, clientelar y comisionista bajo las sombras de la corrupción. Rubiales accedió a la poltrona con la promesa de la regeneración de los tiempos sombríos de Villar y lo suyo ha sido lo más parecido a un punto y seguido con toda la parafernalia, palabrería y afecto mediático que se ha labrado con sagacidad para envolver su mercancía en papel de regalo. Todo ese blindaje ha contado con complicidades críticas, pero ninguna tan relevante como la del Gobierno de Pedro Sánchez y de la izquierda en el poder. Como hombre afín y cercano a ese progresismo patrio, Rubiales ha podido hacer y deshacer con la cobertura absoluta de la administración de turno. En realidad, su grosera e inadecuada conducta en la final del Mundial de fútbol femenino hubiera sido imposible sin la protección que Moncloa ha brindado a sus correrías durante todos estos años, y que le ha permitido llegar al día de hoy. Pero que Rubiales sea lo que es, y ni se acerque al perfil de ejemplaridad que el primer mandatario del fútbol español debe reunir, no empece que demos por buena la hipocresía galopante de los ministros y aliados y la obscena instrumentalización política de desafueros ética y estéticamente intolerables. Que Montero, Belarra y Díaz, culpables de haber beneficiado a más mil violadores a cuyas víctimas despreciaron, corran con la antorcha para prender la hoguera inquisitorial por el zafio beso a Jennifer Hermoso define la talla moral de unas políticas dispuestas a todo para alcanzar sus metas personales. Las víctimas no importaron antes ni tampoco ahora si no sirven a sus intereses. Además de la doble moral de estas referentes del feminismo de salón tan alejado de la causa y las urgencias de las mujeres, nos debería alarmar como sociedad la conducta incivil y dantesca de unos responsables políticos, muchos miembros del Gobierno y de otras instituciones, con su aliento al linchamiento como método de ajusticiar, sin atención a procedimientos, normas y derechos. La pulsión despótica que rezuma la izquierda en el poder, su afán por ser juez, jurado y verdugo, supone ya un patrón de conducta que asusta. Rubiales se irá, porque le sobran deméritos, mientras al fútbol español le urge orden, responsabilidad y sentido común.