Tribuna
¿Europa? ¿De qué hablamos?
Algún «análisis» del conflicto ruso-ucraniano con sus derivadas internacionales ha ido más allá de cualquier ponderación razonable y, de ser cierto, vendría a neutralizar las preocupaciones ante la barbarie de Putin y las incoherentes veleidades de Trump.
El ajetreado fin de semana último y lo que va de la presente, han llevado a Zelenski a bordear una paz que no llegó; a sufrir las amenazas de Trump y a coquetear, según el Presidente norteamericano, con una nueva guerra mundial; no sabemos si la III o la IV. Salió de Washington por la puerta de atrás, atribulado y contrito. Acaso sorprendido de su propia osadía, tan aplaudida por «demócratas» y «europeístas». Así en un salto, rápido y espectacular, llegó a Londres donde recibió un «baño de cariño», por parte de «los líderes europeos». Claro que en la capital del Reino Unido estaban también el Secretario General de la OTAN y el Presidente del Gobierno de Canadá.
Zelenski, abatido unas horas antes, pareció sentirse recuperado. Palabras, palabras y más palabras de apoyo, de compromisos, de ayudas… Ciertamente pudo llenar la maleta de promesas, a rebosar. Y, sobre todo, abrazos. Si de algo no se podría quejar ya el Presidente ucraniano, desde ese momento, era de no haber sido el más abrazado del mundo. Sin embargo, no debió sentirse suficientemente reconfortado, con la retórica de tantas expresiones de apoyo. Así, en menos de lo que había tardado en pasar de la «hospitalidad» de Washington al «festival del abrazo» y la galería londinense de fotos de familia, pareció cambiar de actitud.
La señora Von der Leyen se vio súbitamente acometida de la necesidad de rearmar a la Unión Europea. Anunció incluso la cifra a invertir para garantizar nuestra paz y seguridad. Ni más ni menos que 800.000 millones de euros. Zelenski debió experimentar una gran satisfacción. Claro que atenuada, no poco, al escuchar que esa inversión se haría, en el mejor de los casos, en un periodo de cuatro años. ¡A buenas horas! debió de pensar entonces el atribulado Presidente ucraniano.
Aparte del plan de la señora presidenta de la Comisión Europea, las respuestas a un posible reforzamiento de la capacidad militar de Europa, se plantean en clave nacional, conforme a las posibilidades e intereses de cada uno de los países implicados. Entre tanto Trump cumplía su advertencia paralizando la entrega de armamento al gobierno de Kiev, incluso la ya comprometida, suspendiendo su envío y el intercambio de inteligencia con Ucrania.
Algún «análisis» del conflicto ruso-ucraniano con sus derivadas internacionales ha ido más allá de cualquier ponderación razonable y, de ser cierto, vendría a neutralizar las preocupaciones ante la barbarie de Putin y las incoherentes veleidades de Trump. La guerra sólo puede ganarla Ucrania, según el comentarista más «riguroso» de cuantos proliferan en nuestro país. Bastará, señala, con que la población mantenga el entusiasmo, el espíritu de resistencia a ultranza y la moral de combate. Un patriotismo sin límites que, ante cualquier contratiempo, por grave que fuera, nos retrotraería al estoicismo del «no importa». Además, por si quedara alguna duda, los ucranianos, a estas alturas, serían capaces de fabricar más y mejores drones que Estados Unidos y la Unión Europea y, contarían con cifras indeterminadas de misiles ATACMS, PATRIOTS, y otros sistemas. Frente a este armamento los rusos sólo dispondrían de armas obsoletas y deberían lanzar sus misiles, según afirma nuestro perspicaz analista, con medios tan sofisticados como bicicletas, burros, etc. Nada extraña pues que el primer ministro ucraniano, Denis Shmyhel declarara, hace apenas cuatro días, que «podemos destruir todos los medios de aterrorización de Ucrania, por parte de Rusia, con lo que tenemos fabricado aquí o recibido de nuestros socios».
En cuanto a dinero, aseguraba el mismo autor, tenemos lo que haga falta, porque Europa estaría decidida a mantener la ayuda necesaria hasta el fin de la contienda. No habría más que incrementar la deuda pública de los países miembros de la UE. La respuesta de Alemania y algún otro estado miembro, desmintiendo tales afirmaciones, no se ha hecho esperar. Tras el éxito de la representación escenificada en Londres, semejante al de París unas semanas antes, el primer ministro británico Keir Starmer se apresuró a rebajar la tensión con Washington, mediante las habituales expresiones y gestos cordiales, más o menos genuflexos.
Trump puede hablar con Zelenski y con Putin y probablemente, en medida distinta, también a la inversa. Lo que sigue sin aparecer es el interlocutor europeo con Estados Unidos: ¿Starmer? ¿Macron? ¿Merz? ¿Meloni? … ¿Sánchez? La cuestión es que hacer con esta Europa que se juega su supervivencia, no sólo por el «peligro» que representen Trump o Putin, sino por su propia incapacidad. La Unión Europea demanda una regeneración de sus valores, más allá de los exclusivamente mercantiles, de las deficiencias crecientes de su democracia, de su burocratismo y de la mentira cada día más evidente. Es hora de hablar claro, sin aceptar el relato impuesto. No vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España