El bisturí

El faquir medio desnudo y la política de altas miras

Los políticos españoles deberían echar mano de la obra de Lapierre para saber qué es lo que significa estar a la altura

Este martes van a cumplirse 76 años de una de las páginas más formidables de la historia: la independencia de la India y el fin del imperialismo clásico que monopolizaba entonces Reino Unido. Algunos lectores dirán que a cuento de qué viene esto y posiblemente tengan toda la razón. El número de la efeméride no es ni siquiera redondo y la actualidad, que es la que manda, no procede, desde luego, de lo que ocurrió en aquel país asiático en 1947, sino que se encuentra marcada por otros derroteros más candentes aunque no menos envenenados. Entre ellos, las cesiones secretas que el PSOE negocia con los independentistas catalanes y vascos a cambio de su apoyo para revalidar el Gobierno o el tórrido calor que airea convenientemente la izquierda para adormecer las conciencias críticas con el hecho de que Puigdemont y Otegi vayan a ser los que en realidad manden en España. También viene marcada por la eterna saga/fuga de Mbappé del PSG o por la carnicería supuestamente protagonizada en Tailandia por el nieto de Curro Jiménez, eso sí, con melena, y sin patillas ni trabuco en mano. El caso indio viene, desde luego, a trasmano, pero lo traigo a colación tras haber releído «Esta noche, la libertad», un clásico de Domique Lapierre, el escritor y periodista francés al que en España se conoce sobre todo por la soberbia novela «La ciudad de la alegría». En plena canícula, el pasteleo político provoca hastío, sobre todo tras un doble periplo electoral, y para desengrasar nunca viene mal el repaso de hechos claves en la historia de la humanidad si son narrados de forma amena. Lo que ocurrió hace 76 años en la India lo fue hasta el punto que ha determinado la forma de vida en esa parte del mundo hasta ahora. En su obra «Mil soles», Lapierre desgrana los preparativos que tuvo que hacer para escribir su magna obra sobre los últimos meses de un imperio que ya se agrietaba. Justo el tiempo hasta que el territorio sojuzgado alcanzó su «libertad». No olvidemos que mientras Rusia y China tratan ahora de restaurar otra forma de colonialismo en África, el país de la Reina Victoria renunció a él en el ecuador del siglo pasado en parte por pragmatismo, en parte por el deseo de la población hindú y musulmana de regir sus designios, y también por el papel que jugó un personaje admirable al que Churchill llamaba «The half-naked fakir» o, lo que es lo mismo, el faquir medio desnudo: Ghandi. Aunque la división arbitraria del país encomendada a una comisión de amojonamiento por el virrey Mountbatten para dar cabida a los musulmanes en un territorio denominado Pakistán derivó en la mayor migración en masa de la historia y en un desastre bélico que aún perdura, la mayor parte de los protagonistas de la salida pacífica del Reino Unido de la India actuaron con un sentido de estado impecable que evitó un mayor derramamiento de sangre, inspirados por el influjo del Mahatma. Lo hizo Mohammed Ali Jinnah, el fumador empedernido que fundó Pakistán. Lo hicieron también el líder hindú Nehru, el preboste sij Tara Singh, y, por supuesto, el histórico último mandamás británico en India. Los políticos españoles deberían echar mano de la obra de Lapierre para saber qué es lo que significa estar a la altura. Si los rivales de la India pactaron, ¿por qué no pueden hacerlo PSOE y PP?