Cuaderno de notas

Gordo, despistado y currista

A mí me gustaría que no señalaran a la gente por ser sorda ni por ser de otra manera. «Sorda, bollera y feminista». ¡Si es que la anuncian como a la mujer barbuda!

La candidata a la alcaldía de Valencia por Podemos, Pilar Lima se anuncia como «Sorda, bollera, feminista y alcaldesa». Suena a aquella canción de Shakira. Tendrá otras virtudes. Que una candidata sea sorda en ningún caso debería ser obstáculo para que no la voten, pero no entiendo por qué debería ser un motivo para que la voten. Tampoco por lesbiana. Qué importará, digo yo.

El chiste se hace solo, pero como hicieron unas risas en El Hormiguero, a Pablo Motos le han mandado a la Fiscalía por discriminar a los que no oyen. En mi Españita se da una asimetría por la que a Irene Montero le parece muy bien que lleve en sus listas siete asesinos y treinta y siete condenados por terrorismo un partido heredero de un grupo terrorista con más de 800 muertos y 379 crímenes sin resolver, digo que este hecho no le produce repugnancia moral, pero si Pablo Motos hace chistes de una candidata sorda que se anuncia como sorda, habría que meterlo en la cárcel. Así es como la izquierda de este Gobierno termina defendiendo a los etarras retirados bajo el principio de que ya cumplieron sus penas, pero pide que ilegalicen a los humoristas de los programas de televisión.

A mí me gustaría que no señalaran a la gente por ser sorda ni por ser de otra manera. «Sorda, bollera y feminista». ¡Si es que la anuncian como a la mujer barbuda! «¡Sorda y bollera! ¡Pasen a ver a esta sorda bollera!», grita Irene Montero en la feria del 28M. Yo cuando me presente a las elecciones, me anunciaré como «Gordo, despistado y currista» y haría bien en no reírse, pues quizás estarían discriminando a los gordos, incurriendo en gordofobia y lo otro, aún más reprochable, sería currofobia.

La cosa es que estoy gordo, soy tan despistado que he ido a pescar sin caña y soy currista de nacimiento. También creía que era sordo como mi abuela y como mi padre, que se quiso librar de la mili por sordo y en el reconocimiento, allí en pelota ante la maquinaria de reclutamiento, le dijo al sargento que él no oía. El sargento, acercando la boca a su oído, le gritó: «¿Cómo se llama tu padre?», y respondió: «Paco».

En Cádiz hubo muchos sordos también. Cuentan que en los 80, muchos trabajadores de Astilleros obtuvieron la invalidez por padecer hipoacusia, tantos que no había en el mundo un lugar con más sordos por habitante. Una de cada cuatro pensiones por invalidez en España en la primera década de este siglo se concedieron en Cádiz, casualmente una ciudad con más oído que Chopin, en la que se inventó el pasodoble de carnaval, el tres por cuatro y los tanguillos, y donde cualquiera sale en una chirigota o toca la corneta en Semana Santa.

Yo siempre creí que la sordera era una falta muy estética y bohemia, pues concede al sordo una romántica distancia entre él y el mundo que lo rodea. En cualquier momento, el sordo se desliga del ruido de las cosas mundanas de las que se desprende en un ensimismamiento por momentos encantador. Yo mismo era un sordo imaginario, un sordo voluntario, quizás para parecerme a Beethoven, a Goya o a mi padre. En realidad yo fui sordo de vocación, y esto resultó evidente cuando fui al médico y me dijo: «Usted oye perfectamente». Bien pensado, ahora está de moda ser transcapacitado, esto es mutilarse para perder a posta un sentido que se percibe que debería faltar. Se hacen sordos porque se sienten así; total, para lo que hay que oír.