Los puntos sobre las íes
La gran marcha sobre Madrid
Anoche tuve un sueño: una gran muchedumbre inundaba la capital de España
Indiscutiblemente hubo dos episodios que marcaron un antes y un después en la lucha contra la inmoral segregación racial que imperaba en EEUU cien años después del asesinato de Lincoln. El primero es algo más conocido que el segundo. Fue una cuarentona Rosa Parks la que en 1955 empezó a cambiar la historia al negarse a ceder su asiento a un wasp en un autobús en Alabama. Incumplir la ley le salió muy caro: acabó en los calabozos y le impusieron una multa de tres pares de narices. Pero ya nada sería igual. El hito definitivo tardaría en llegar ocho largos años. Y, como no podía ser de otra manera, durante la Presidencia del malogrado JFK con la Marcha sobre Washington. Cientos de miles de negros y decenas de miles de blancos se plantaron el 28 de agosto de 1963 ante el Monumento a Lincoln. Fue la memorable jornada del más memorable aún speech de Luther King: «Anoche tuve un sueño, que un día los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad, que nadie será juzgado por el color de su piel sino por su personalidad».
Cierto es que el racismo es como el monstruo del Lago Ness, que asoma su siniestra cabeza de entre las oscuras aguas de tanto en cuanto, pero no lo es menos que aquel miércoles se sentaron las bases de una nación mil veces más igualitaria. Para tornar la injusticia en justicia muchas veces hay que tomar esa calle que no es del caudillo de turno sino de la ciudadanía. Pero hay que hacerlo pacíficamente para evitar un efecto bumerán que acabará convirtiendo en víctima al victimario, en un alma pacífica y demócrata al sátrapa. Los organizadores de la Marcha sobre Washington lo tuvieron meridianamente claro y, para evitar que la oportunidad se convirtiera en problema, establecieron un férreo servicio de orden que impidió que los violentos hicieran de las suyas.
Más que aconsejable, tirarse a la calle contra un Sánchez que nos ha metido en esa autocracia que es la antesala de la tiranía es una obligación moral. Por nosotros y por los que vendrán. No debemos dejar a nuestros hijos un país peor del que nuestros padres nos legaron a nosotros en 1978 con esa Constitución que nos ha regalado los mejores momentos de nuestra convulsa historia y que representó la definitiva superación del franquismo. No podemos arriesgarnos a que el autócrata del Falcon nos aproxime como quien no quiere la cosa a aquellos tenebrosos años en los que se encarcelaba a la disidencia, en los que la separación de poderes era una entelequia, en los que los grises reprimían a porrazos y con gases lacrimógenos –ojo al dato– las manifestaciones y en los que no podías escribir ni decir lo que te daba la realísima gana. Tanta protesta, tantos fines de semana seguidos, éste es otro ejemplo, acaba convirtiendo la categoría en anécdota. ¿No será mejor hacer una gran marcha sobre Madrid que deje tiritando de verdad al tiranozuelo? Siempre es mejor pocos muchos que muchos pocos. Meter un millón, dos o tres, como se hizo cuando el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ese votante de Sánchez que es Txapote, es posible. Sólo hace falta tiempo, estrategia y una buena organización para impedir que los ultraderechistas de verdad y/o Producciones Moncloa la revienten. Anoche tuve un sueño: una gran muchedumbre inundaba la capital de España. Era tan grande que ni el más potente angular de los helicópteros de la Policía la podía abarcar.
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