Tribuna

La guerra en Ucrania y los cambios geopolíticos dentro de la UE

El complicado escenario en el que se halla actualmente la UE tiene potencial suficiente para convertir las discrepancias latentes entre Estados miembros en divergencias tangibles

Tras más de un año de guerra en Ucrania la UE y sus Estados miembros parecen estar experimentando una serie de cambios profundos. Unos cambios geoestratégicos de carácter múltiple, cuyo desarrollo se produce de manera simultánea y que a priori no harán sino ir en aumento, a medida que la guerra se enquiste y la perspectiva económica no mejore. Este escenario tiene un impacto directo sobre España y afecta de manera singular no solamente su vocación como actor con proyección estratégica, sino también su interés nacional en diversos ámbitos.

En primer lugar –y por razones obvias–, se ha consolidado una concentración de recursos y capacidades de la OTAN en el Flanco Este. Esto se ha hecho en detrimento del Flanco Sur, un espacio particularmente sensible desde la perspectiva de seguridad exterior de España. Para poder desplegar un rol estratégico relevante en el escenario regional España precisa que la Alianza apueste de manera decidida por el enfoque de 360º, colocando más recursos y capacidades en el Flanco Sur. ¿Qué consecuencias puede tener tanto para la Alianza como para España la situación en el sur? Hasta el momento no se ha logrado sensibilizar a la OTAN respecto a este punto.

En segundo lugar, el deterioro del tradicional eje franco-alemán ha provocado una fragmentación del poder en el ámbito comunitario sin precedentes. En el actual contexto de guerra en Europa, la consecuencia inmediata de esta fragmentación se ha traducido en un incremento del peso específico de ciertos actores, como es el caso de Suecia, Finlandia y, sobre todo, Polonia. Ante la inexistencia de un eje franco-alemán, ¿qué vías tiene España para incrementar su poder específico y hacer valer su condición de cuarta economía de la UE? Trazar una estrategia conjunta con Portugal para configurar un espacio de poder ibérico dentro de la UE que, al menos, sirva para la defensa de los intereses ibéricos, podría constituir una opción en este sentido.

En tercer lugar, la guerra en Ucrania ha resucitado el clásico rol de balancer que el Reino Unido ha proyectado tradicionalmente sobre la Europa continental. A pesar de estar atravesando una profunda crisis política y económica –según datos del FMI, la economía británica entrará este año en recesión–, la influencia que ejerce el Reino Unido sobre un buen número de países del Centro y el Este de Europa sigue siendo sólida. No obstante, es preciso señalar que la proyección de los intereses del Reino Unido en esta zona de Europa corre el riesgo de colisionar en el medio y largo plazo con los intereses de las principales potencias comunitarias.

El gobierno británico es consciente del alcance de esta situación. Sin embargo, las prioridades estratégicas británicas no pasan por Bruselas sino por Washington. En un momento en el que el orden internacional liberal está dominado por dinámicas de cambio e incertidumbre, el objetivo primordial del Reino Unido es reforzar su relación especial con EE.UU. y consagrar así sus lazos comerciales. Esta prioridad por reforzar el vínculo anglo-estadounidense explica, en parte, el desdén del Reino Unido hacia los intereses de las potencias comunitarias tradicionales y su preferencia, en las actuales circunstancias de guerra en Ucrania, por los actores mencionados más arriba.

En el ámbito de la seguridad y la defensa europea, la proyección británica tiene como objetivo ejercer influencia sobre qué modelo de defensa será preponderante en la UE una vez finalice la guerra en Ucrania: ¿Un modelo basado en el esquema actual de la OTAN, un modelo basado en la «autonomía estratégica» europea o una mezcla de ambos? En el caso de España, que mantiene unas sólidas relaciones sociales, económicas, comerciales y financieras con el Reino Unido, las relaciones bilaterales no pueden ser plenas mientras no se alcance un acuerdo sobre Gibraltar, un acuerdo que salvaguarde los intereses de todas las partes. Desde la perspectiva española, esto implica que hay que despejar el estatus actual de colonia que tiene el Peñón. Asimismo, el establecimiento de una «zona de prosperidad compartida» no es condición suficiente para atender los intereses permanentes de España sobre Gibraltar. Para trabajar en la dirección de estos sería preciso que se ponga nuevamente sobre la mesa la cuestión de la co-soberanía y bi-nacionalidad de Gibraltar.

En resumen, el complicado escenario en el que se halla actualmente la UE tiene potencial suficiente para convertir las discrepancias latentes entre Estados miembros en divergencias tangibles. Respecto a España y su papel como actor regional con proyección estratégica, la situación –desde la perspectiva del interés nacional– no es menos compleja. Su tarea pasa por sensibilizar a los aliados acerca de la necesidad estratégica de prestar más atención al Sur, ocupar de manera efectiva un espacio de poder en la UE y proyectar un rol de actor imprescindible en el estrecho Gibraltar.