El canto del cuco
La hora de Feijóo
Se presenta ante los diputados como un político serio, moderado, experimentado y fiable. Un político, sobre todo, leal con España y la igualdad de los españoles
El ganador de las elecciones se presenta, por encargo del Rey, a solicitar la confianza del Congreso de los Diputados para ejercer de presidente del Gobierno. Todo se hace cumpliendo lo establecido en la Constitución. En cualquier país de nuestro entorno democrático se daría por hecha la investidura sin excesivas dificultades. El perdedor habría felicitado civilizadamente al ganador y le habría dejado paso libre, Aquí, no, Pedro Sánchez se agarra al sillón y no está dispuesto a dejar La Moncloa aunque tenga que pactar con el mismo diablo para conseguirlo. No le importa que eso provoque una grave crisis nacional y ponga al Rey en un compromiso. Su desordenado afán de poder amenaza, de paso, al PSOE, partido centenario que puede saltar por los aires.
Sánchez es la anomalía española. Hoy es la hora de Alberto Núñez Feijóo. En contraste con el aún presidente en funciones, que no ha ganado aún ninguna elección, el político gallego acostumbra a ganar todas a las que se presenta, primero en Galicia y luego a nivel nacional. Las enconadas campañas desatadas contra él desde los círculos sanchistas no han hecho mella en su persona y apenas han rozado su prestigio en la calle. Se presenta ante los diputados como un político serio, moderado, experimentado y fiable. Un político, sobre todo, leal con España y la igualdad de los españoles. Cuenta con el respaldo unánime del partido que representa, como se puso de manifiesto el domingo en el multitudinario acto del PP en Madrid. Fue tanto un respaldo entusiasta al aspirante a la presidencia del Gobierno como un sonoro rechazo del «sanchismo» y de sus alianzas con los enemigos de la Constitución. Sobresalía el clamoroso grito contra la amnistía exigida por los golpistas catalanes, encabezados por Puigdemont, el fugado de la Justicia, para sostener a Sánchez en el poder. Asistimos a una rebelión de amplio espectro contra los intentos de destruir el régimen constitucional establecido en 1978. El asunto, como se ve, es de la mayor importancia.
No estamos ante una rutinaria sesión de investidura en la que acostumbra a regir, a la hora de votar, la sumisión acrítica al partido de cada uno. Esta vez está en juego no sólo la ética de los principios sino también la ética de las consecuencias. A votar en conciencia, en unas circunstancias así, no se le puede llamar trasfuguismo, sino sentido de la responsabilidad. El futuro juzgará con mucho rigor a los diputados de esta legislatura que sean cómplices del quebrantamiento de la legalidad constitucional para satisfacer el ansia de poder de un solo hombre.
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