Editorial

Hoy, Pamplona y mañana, el País Vasco

La mejor prueba de que los acuerdos secretos entre Sánchez y Otegi prevén la expansión es que los socialistas proclaman con insistencia que lo de Pamplona no se trasladará a otras administraciones

Arnaldo Otegi ya tiene esa joya de la corona que es Pamplona para el universo proetarra. Pedro Sánchez cumplió con su parte del trato y situó al batasuno Joseba Asiron en el sillón de alcalde con un incumplimiento manifiesto de las promesas socialistas a la ciudadanía. Es un fraude más de un líder y unas siglas que se han especializado en burlar tanto como convenga el contrato social con los electores, al que toman a chirigota. Hablar de traición a los pamploneses, como sentenció la ya ex primer edil Cristina Ibarrola, pueden parecer palabras gruesas contra el partido que creíamos de Estado, pero por sus obras los conoceréis y las conductas de los Chivite, Cerdán y compañía son contumaces. Para situar en sus justos términos la deriva ética del PSOE queda para el recuerdo cómo ha tildado de «anécdota» y «temazo» lo ocurrido en el ayuntamiento pamplonés, caricaturizando de manera infame la victoria del bando en el que se encuadran Otegi, Josu Ternera o Txapote sobre los demócratas y las víctimas. Núñez Feijóo habló de que «España no gana una alcaldía progresista, gana una alcaldía reaccionaria y pierde un partido de Estado». Es una descripción tan atinada como terrible. Referirnos de nuevo a la taimada inmoralidad del sanchismo, su inabordable historial de actos contrarios a la dignidad institucional y al estado de derecho, las condenas por sus excesos en el Tribunal Constitucional, sus infatigables esfuerzos por levantar un muro que confine a esa mayoría de españoles que no comulga con su proyecto, a sabiendas que no le provoca el mínimo rubor, es un deber triste pero imprescindible contra la resignación. Es el PSOE un partido más que centenario, con demasiados episodios por los que no debieran sentir orgullo, pero el de ayer en Pamplona, con ese compadreo indecente con el bando de los verdugos y los torturadores de tantos inocentes, socialistas también, será una mancha indeleble que Sánchez y sus corifeos pagarán. El horizonte para el constitucionalismo, que representa hoy a una mayoría social en Navarra atropellada por la deslealtad de la izquierda, nos parece más que alarmante. Resulta notorio que el pacto encapuchado no se circunscribirá a Pamplona. La mejor prueba de que los acuerdos secretos entre Sánchez y Otegi prevén la expansión en línea con los planteamientos de esa internacional populista que es hoy el Grupo de Pueblo y el Foro de Sao Paulo es que los socialistas proclaman con insistencia que lo de Pamplona no se trasladará a otras administraciones. Pretenden así desprenderse de la imagen de muleta de los proetarras ante las elecciones autonómicas para salvar el resultado, pero mentir al votante resulta un hábito en ellos. En democracia el voto decide dentro de la Ley y del marco jurídico y los electores vascos tendrán la palabra a sabiendas de que el sanchismo los traicionará conforme al exclusivo interés del presidente. A las siglas constitucionalistas les queda la firmeza y la unidad en torno a un proyecto de libertad, igualdad, convivencia y respeto a la legalidad.