Los puntos sobre las íes
Independencia a fuego lento
Puigdemont habrá logrado de facto en ocho años lo que se le fue de las manos en ocho segundos
Viernes 27 de octubre de 2017. Parlament de Cataluña en esa espléndida Ciudadela de Barcelona con toques gaudianos. Las agujas del reloj marcan las siete y treinta y cinco de la tarde. Se produce una de las escenas más surrealistas, y no por ello menos ilegales, de la historia de España. La asamblea autonómica declara la independencia en lo que constituye un visto y no visto de manual. Fue contar «uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho» y la secesión quedar automáticamente suspendida. No les voy a contar lo que vino después porque es harto conocido. Tan sólo les recordaré que Carles Puigdemont acabó poniendo pies en polvorosa con la inestimable colaboración de una Soraya Sáenz de Santamaría a la que horrorizaba la idea de tener a todo un president de Cataluña entre rejas. El vecino de Waterloo ha aprendido la lección que supone vivir seis años a mil doscientos kilómetros de los suyos y ha optado por aprovechar la oportunidad que le han regalado el destino y la tontaina derecha española que tiró en una semana –la del 23-J– lo que le había costado un lustro conseguir. Visto que el Estado de Derecho funciona, que el que la hace la paga, aunque sea en versión light y con falsarias «ensoñaciones» de por medio, el flequillesco político está haciendo de la necesidad de pactar con un Sánchez del que se fía menos que usted y yo, virtud. Virtud para él, claro. Lo que no logró al contado con ese referéndum ilegal del 1-O, con las leyes de desconexión y con ese dadaísta tic-tac del 27 de octubre, lo está haciendo realidad a plazos gracias a la orgía de cesiones que le está facilitando cada tres o cuatro semanas un Pedro Sánchez que se antoja el implorante perdedor de La Rendición de Breda. A Ambrosio Spínola Puigdemont le podemos negar el pan y la sal pero no la formidable capacidad táctica y estratégica que está exhibiendo en su toma y daca con Justino Nassau Sánchez. Le está sacando los hígados a costa de nuestros impuestos, de nuestra soberanía nacional y de descojonar un Estado que, como esto dure cuatro años, no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. El líder de Junts ordenó votar «no» a los megadecretazos Milei de Pedro Sánchez pero, tal y como ha reconocido Jordi Turull, «el PSOE fue cediendo, fue cediendo, fue cediendo» hasta que no le quedó más remedio que mover el pulgar 360 grados. El miércoles trincaron, por obra y gracia del obseso del Falcon, las competencias de inmigración, una modificación normativa para obligar a volver a las empresas que abandonaron Cataluña por la ausencia de seguridad jurídica, la gratuidad del transporte público, que apoquinaremos el resto de españoles, y la supresión del artículo 43 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para enfangar procesalmente la reacción judicial a la amnistía. Ilegalidades a gogó aunque ya eso parece dar igual en esta España autocrática. Antes arrancaron al presidente que no eligieron los españoles la cesión del 100% de los impuestos, la inconstitucional amnistía, los pinganillos en el Congreso cuando todos hablan y entienden el español, el traspaso de las Cercanías ferroviarias y un interminable etcétera. Lo siguiente serán el rearbitraje modelo VAR de las decisiones judiciales con las comisiones parlamentarias de lawfare y el referéndum consultivo. Y ya entonces de España no quedarán ni las raspas. Porque el Estado habrá desaparecido en Cataluña y Puigdemont habrá logrado de facto en ocho años lo que se le fue de las manos en ocho segundos.
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