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Quisicosas

El infierno ya existe aquí

El nuestro es un pueblo moribundo, que no comprende la belleza del coraje, ni tiene fuerzas para dar vida a los niños

«El infierno ya existe aquí; hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es aceptarlo y volverse parte de él. La segunda es arriesgada: buscar quién y qué, en medio del infierno no es infierno y dejarle espacio». Italo Calvino no teorizaba. Las chicas españolas están congelando sus óvulos con la esperanza de alargar su edad fértil y tener hijos cuando a los hombres o al sistema les dé la gana. Es una nueva forma de sometimiento femenino. Los chicos posponen hasta más de los cuarenta la reproducción y ellas no tienen ese tiempo. Además, la carrera profesional exige la sangre y el músculo de la juventud, justo el tiempo que la naturaleza ha dispuesto para la maternidad; es un nuevo Molok en cuyo altar sacrificamos.

Mientras esto ocurre en nuestras casas, la vicepresidenta Yolanda Díaz lucha por consagrar el aborto en la Constitución. Es una paradoja apostar por el aborto cuando la maternidad es trágicamente impedida. «Exigimos ser madres sin que nos castiguen por ello. Sin discriminación en el trabajo, cuando vas a tener un hijo y te despiden», me decía Cristina Almeida en Cope con motivo del 8M. Es una forma de infierno, que en Francia ha elegido Macron al meter el aborto en el texto fundamental y nosotros imitamos, como indigentes culturales.

A las jóvenes les dicen los hombres: acostémonos y «vamos viendo», que es una forma de postergar sine die toda responsabilidad, de coger el fruto sin amar, otra forma de infierno. El nuestro es un pueblo moribundo, que no comprende la belleza del coraje, ni tiene fuerzas para dar vida a los niños.

Ahora hay una cría en Barcelona que quiere quitarse la vida. Sus padres carecen de medios y de casa y ella quedó parapléjica por un intento de suicidio y vive en una residencia pública. Con 24 años ha hecho de su derecho a la eutanasia la batalla de su pequeña existencia. El padre intenta impedirlo, pero no tiene medios legales, porque su hija no está loca. En las tertulias se debate contra ese padre que «intenta obstaculizar una muerte digna» a la muchacha. Se usan palabras grandes como libertad, albedrío. Qué impotencia mientras escribo y recuerdo mis 24 años y las angustias de entonces, la desesperación al quedarme embarazada tres veces en tres años, en plena carrera, en aquella sociedad hipócrita de entonces, que recomendaba el aborto de tapadillo. Doy gracias a la compañía de la Iglesia católica y a mis amigos, a mi familia, que me mostraron que mis hijos no eran un infierno. Ahora el mayor tiene 34 años y me va a dar mi primer nieto. ¿Cómo explicarle a Noelia que vivir es la única puerta? ¿Cómo decirle que la muerte es infierno si la jueza, los medios, la cultura le explican lo bueno de que muera? Yo no sé qué escribir.