El canto del cuco
Inmigrantes
Esa actitud, tan poco acogedora, no tiene nada que ver con el cristianismo ni con la posición de la Iglesia católica ante el problema migratorio
Jean Paul Bidias-Ndoe, de 31 años, es un camerunés que llegó en patera cuando tenía 17, huyendo del hambre. Lo rescató en el mar una patrulla de la Guardia Civil, que él considera sus «ángeles de la guarda». Después sobrevivió como pudo. Su trabajo más estable ha sido el de mozo de almacén. Ahora, vestido ya con el uniforme de la Benemérita, acaba de iniciar en Caravaca de la Cruz (Murcia) el período de prácticas en el Cuerpo. Este buen mozo africano ha alcanzado su sueño, se siente orgulloso y aspira, según ha dicho, a devolver a España el favor recibido. Estamos ante un inmigrante, ilegal en su día, que va a contribuir ahora, en contra de los que criminalizan en masa a los que vienen en patera –63.970 el año pasado según datos oficiales–, a la seguridad nacional.
En la misma región de Murcia, en Torre Pacheco, cerca de donde escribo, se han desarrollado estos días unas peligrosas reacciones xenófobas, alentadas por Vox con su radical política anti inmigratoria, que han alcanzado una soterrada carga de violencia después del alevoso ataque de un magrebí a un anciano de la localidad. Han brillado las navajas del odio y la venganza. El partido de Abascal, siguiendo la poderosa corriente ultra europea, explota el rechazo al inmigrante como palanca electoral. No sólo propone expulsar en masa a ilegales y delincuentes, sino también a los que no acepten «nuestra cultura y forma de vida». No parece aventurado adivinar que en el concepto «cultura» incluye, sobre todo, la cultura católica, frente a la temida «invasión musulmana». Pero esa actitud, tan poco acogedora, no tiene nada que ver con el cristianismo ni con la posición de la Iglesia católica ante el problema migratorio.
España, por su experiencia histórica de convivencia de distintos pueblos y culturas y por la influencia secular del cristianismo, que establece entre sus obras de misericordia la de dar posada al peregrino, no es un país racista. O no lo es tanto como otras naciones europeas. Basta observar la buena acogida, el recibimiento casi entusiasta, en los pueblos de la España vaciada a cualquier familia inmigrante que llegue, sin tener en cuenta su raza o religión. No es extraño encontrarse en los solitarios páramos sorianos con un pastor marroquí, como el que aparece en «El cielo gira» de Mercedes Álvarez. Como decía El Roto en su viñeta del domingo, «repoblaron los montes con especies autóctonas y los centros urbanos con gentes foráneas». No es un problema menor. El control o descontrol migratorio va a ser uno de los asuntos determinantes de la próxima campaña electoral.